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El pesimismo se ha puesto de moda. Aunque algunos ya se habían avanzado. Siempre hay precursores. Pero ahora, está triunfando en sociedad y son pocos los que se quedan al margen de su poderosa influencia. Incluso, pueden llegar a ser ridiculizados en público si muestran una actitud de trasnochado optimismo.

- ¡Todo es una mierda!

- ¡Las cosas van a peor!

- Pásame la botella medio vacía, que me voy a emborrachar…

Queda muy bien ir por ahí con la cara seria, la espalda encorvada y vestido de negro. Los grandes diseñadores de moda ya han sacado sus colecciones de temporada. Color cenizo con tonos grises. Nada de verde esperanza, que está demodé.

La gente ya no cuenta chistes, solo sucesos. Habla de lo que va mal, de lo que puede ir peor y de volcanes que sacan humo o escapes de petróleo en alta mar. Si ven que se empiezan a animar, sacan el tema de la política y todo solucionado.

Entonces si que parece que estamos en los tiempos de Sodoma y Andorra. Los nuevos vientos, presagian posibles calamidades.

Algunos se rebelan contra la dictadura de la moda.

- Yo quiero vivir a mi aire- dijo un ermitaño el otro día – y creo que, con el esfuerzo de todos, las cosas pueden mejorar con el tiempo.

- Pero este ¿en qué mundo vive? – le preguntaba uno que lo había oído, a su melancólico acompañante.

- No lo sé – respondió el otro – pero seguro que acaba mal…

Los medios de comunicación son muy poderosos y emiten constantemente mensajes y anuncios para propagar el pesimismo reinante.

- No hace falta que compre la colonia que hace irresistible. Con esa cara, usted no tiene nada que hacer.

- Ya nos podemos preparar para el invierno que viene, que llega la gripe B…

Bueno, no sé que hacer. Por un lado, siempre me ha gustado ir a la moda. Pero, por otra parte, el otro día estuve en un desfile de modelos, de pesimistas integrales, y me pareció todo bastante horroroso.