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Ha sido Rosa Díez quien ha vuelto a poner el dedo en la llaga al preguntarse en voz alta si hoy, en España, existe el sentimiento de ser español. Algunos podrán decir que sí, que cuando la selección española de fútbol gana un campeonato hay una explosión de "españolidad" en todos los territorios españoles, que cuando Nadal gana otro campeonato de tenis se produce una alegría de "tamaño" nacional, que "toda España" se emociona cuando Alonso gana un campeonato de automovilismo, etc. etc.

Pero, más allá de las esporádicas explosiones de entusiasmo causadas por el deporte ¿existe un sentimiento de pertenencia a España nación como tal?. Aunque, dadas las circunstancias, quizás fuese mejor preguntarse: ¿Puede existir ese sentimiento hoy?.

Cuando el vacuo Sr. Rodríguez, todavía presidente del Gobierno, se interroga a si mismo sobre el sentido de Nación (para él "un cosa discutida y discutible") muestra una duda que hace extensible a muchos españoles que se dejan dirigir por semejante sujeto y que influye también en nuestros jóvenes.

La actual existencia de 17 sistemas educativos (uno por cada autonomía) con sus tics feudalistas, localistas y aldeanos no ha servido para magnificar lo que nos une a todos como país y como herencia cultural común sino, contrariamente, ha sido utilizado para resaltar las diferencias y peculiaridades concretas que pueden caracterizar a algunas regiones pero que no conforman históricamente un espíritu diferenciador.

Con la connivencia del Partido Popular y del Partido Socialista se ha venido educando a nuestros jóvenes en magnificar la distancia hacia el vecino histórico y en "blasonar" la diferencia aldeana. El resultado después de varias décadas de inmersión "diferenciadora" es un débil sentimiento de ser español casi generalizado entre las nuevas generaciones.

Sólo devolviendo las competencias de educación al Estado podrán enderezarse las directrices para recuperar la unidad de un país viejo pero no cansado, que está esperando como agua de Mayo que regrese el sentido común a sus dirigentes para poder proseguir una historia unitaria desde hace siglos. En política todo es posible. Es urgente ya el cambiar las exageraciones que ha impuesto un estado autonómico descontrolado que ha convertido España en un puzzle de reinos de Taifas donde los caciques locales se creen y actúan (hacen y deshacen) como señores feudales.

¿Y en Menorca?. ¿Nos podemos continuar sintiendo menorquines?. El paso del tiempo ha evidenciado que los gobiernos del CIM (todos) y de los ayuntamientos (todos) han ayudado lo indecible para que se cambie la tradición social menorquina. Los menorquines estábamos acostumbrados a poder ir a pescar libremente. Ya no podemos. Estábamos acostumbrados a poder construir con el propio esfuerzo "una caseta vora el mar" (así nacieron los núcleos de es Grau, Sa Mesquida, Es Murtar, etc.). Hoy las clases populares ya no pueden alcanzar la dicha de "anar a romandre". Estábamos acostumbrados a poder tener un "hortet". Hoy sólo se conservan los "antiguos". Está prohibido que "los pobres" pueden disfrutar del campo que ha quedado reservado (por sus precios) como un feudo para ricos o políticos con posibilidades. (¿Cuándo habrá un Ayuntamiento que permita construir sin líos urbanísticos en parcelas sociales de 100 metros?).

Se ha coartado la iniciativa ancestral del menorquín controlando y prohibiendo infinidad de iniciativas. Se ha magnificado el funcionariado frente al hecho de asumir riesgos comerciales/industriales. Se ha prohibido prácticamente la lengua española (propia de casi la mitad de menorquines). Culturalmente se nos quita nuestra personalidad ancestral. Se nos quiere catalanizar a la fuerza. Con la connivencia de muchos medios de comunicación (y del pesebre político) se está reemplazando el menorquín, por un impuesto catalán ortopédico ajeno a nuestras costumbres. En definitiva: se pierde el alma menorquina.

Un concepto de falsa modernidad (y un interés crematístico) hace que los políticos menorquines sucumban al eco-nacionalismo políticamente correcto. ¿Para cuando la norma revolucionaria de "se puede construir en todas partes menos en donde esté específicamente prohibido?. Caerían los precios de los especuladores pero la gente (los jóvenes y los humildes) podrían construirse su casa soñada y quizás todos seríamos más felices. Algunos piensan que volveríamos a ser menorquines.