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Beber hasta emborracharse es tan absurdo como ahogarse para calmar la sed.
José Mª Pons Muñoz

Al rebufo de unas economías más virtuales que reales de estos últimos años, afloraron en el mundo de los vinos un gran número de nuevas bodegas con vinos hechos de las prisas por rentabilizar unas millonarias inversiones sin caer en la cuenta que el origen de la vinicultura actual nació al amparo de conventos y abadías y que ya aquellos vinos fueron acunados de paciencias por frailes y monjes que necesitaban el vino para celebrar la Santa Misa y la Eucaristía en memoria de aquella última cena, cuando Jesús levantó la copa de vino y dijo: "ésta es mi sangre". Llegado a este punto, permítanme que les diga que jamás se ha vuelto a decir palabras más importantes sobre el vino, además dichas por el mismísimo dios. A propósito de vino y fe debemos recordar que el primer milagro de Jesús fue en las bodas de Caná (1), cuando la Virgen María, su madre, le dice: "no tienen vino", y Jesús convirtió el agua en vino. Por esa razón debería haber sido elegido por los vinicultores como su patrón, aunque la costumbre es tener a santos y santas como patrón o patrona. Ni antes ni después, nadie ha hecho vino sin uvas, sólo Jesucristo. Y estoy cierto que aquél tuvo que ser el mejor vino que el ser humano haya probado. Por eso tengo para mí que los convidados de aquella boda tuvieron el privilegio de disfrutar del mejor vino de la historia, hecho nada más y nada menos que por el hijo de Dios.

Les decía al principio que las bodegas de vino habían proliferado estos últimos años como los hongos en la otoñada que les viene de buen tempero, pero ahora están cerrando la mayoría de aquellas bodegas hechas al rebufo de la bonanza económica. Debería saberse que un buen bodeguero, como un buen vino, no se hace de la noche a la mañana. Otra cosa muy distinta a la vez de distante es aquella persona que como inversión, pudiéndola hacer, adquiere una bodega, y pone al frente de la misma a buenos profesionales, como quien tiene un buen lloc y no ha ordeñado una vaca, sembrado una patata, arado una tierra o podado un árbol en su vida. Pero tiene un payés que le salieron los dientes en esos trabajos, si bien, al igual que a un señor de lloc, no se le puede llamar payés, tampoco por eso al que compra una bodega sin saber que diferencia hay entre mosto y vino, se le puede llamar en puridad bodeguero, dueño de una bodega, sí, pero ahí acaban y empiezan sus sabidurías vinicultoras.

El vino, como tantas otras cosas en la vida, puede ser regular, bueno o muy bueno, o incluso excepcional. Pero en la quiebra de la vinicultura, también puede ser malo, muy malo o incluso pésimo. Todo eso lo puede saber quien tiene el hábito de beber con asiduidad alguna copa o vaso de vino. Aunque esas precarias sabidurías no le van a convertir en un criador de buenos caldos. Se lo diré de otra manera: no se aprende el oficio de vinicultor practicando con un vaso de vino. En la vinicultura, si se quiere ser algo más que un vulgar bodeguero que cría vinos sin pretensiones, hay que pensar en un oficio de largas y muy complejas constancias, completamente desasociadas de las prisas.

Algunos grandes vinos necesitan el reposo de los años, la quietud de la bodega y unas severas condiciones medioambientales. Eso sin contar los cuidados de la vendimia, de la viña misma y de los prensados de la uva, ni tampoco las mezclas de cepas vineras para conseguir caldos excelsos.

Les diré sólo para que se den cuenta de la complejidad de algunos vinos que en la misma bodega por haber entre unas barricas y otras diez metros de diferencia en su orientación, la flor o la levadura de la manzanilla muere y el vino se malbarata. Cuesta creerse que unas botas o barricas tengan en su interior una perfecta y perfumada manzanilla sanluqueña mientras que unos metros más allá sea suficiente para que ese vino ni siquiera sirva como sustituto del vinagre.
(1) Caná: Antigua población de Palestina, en Galilea, donde según los Evangelios Jesucristo realizó su primer milagro, al convertir el agua en vino.