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Admirada señora:

Como todos los años, mi relación epistolar desde estas páginas con usted, es para mí el único momento en que dejo aflorar desde algún rincón del alma mis sentimientos.

Antes que la pasión del lenguaje romántico desbarate aún más mi razón, déjeme que le diga que nada hay en mí respecto a usted que sea superior al infinito respeto que la tengo. Ni siquiera en la anarquía liberada de los sueños me atreví nunca a otra cosa que no fuera más admirarla que mirarla. Incluso cuando en algún amanecer me encuentro sin saber cómo en la bocana del puerto mahonés y admiro el bello cuerpo de Mo, la sirenita que recibe los primeros rayos de sol y los reparte luego sobre la tierra española, sólo pienso que usted señora, y Mo, tienen esa esbeltez de la delicada belleza. Ya lo ve señora, hasta dónde alcanza mi desvarío, que hace tiempo encendí un fuego sin darme por eso cuenta de que sólo era yo el que se quemaba, travestido de Quijote a sabiendas que usted no quiere ser mi Dulcinea, o navegando peligrosamente por entre los abrollos del mar de Tabarca, abrollos que pueden cortar el casco de un barco igual que una navaja barbera cortaría una manzana. Ya le digo, navegando en el barco de mi amigo el pirata Barbacana, él buscando una mujer, yo queriendo olvidarla. Ni siquiera entre los kikuyus, samburu, massais o dogones, encontré entre sus "hombres medicina" quien me confeccionara una pócima que borrase de la mente lo que el corazón no quiere olvidar.

Una noche de luna llena vi en las aguas de Tabarca un delfín que de soslayo y clandestino besaba el reflejo de su amada luna sobre el agua. Quise imitar al delfín enamorado pensando por un momento que usted era la luna y en poco estuvo que celoso de su amada, entre el delfín y yo, no acabáramos los dos teniendo algo más que palabras.

La última vez que la vi, pensé señora, y de eso hace ya mucho tiempo, que la había perdido irremisiblemente. Capté su desdén, su alejamiento, la frialdad de sus bellos ojazos que ya no me parecieron robados a un rincón de la noche, si no a la oscuridad del olvido. Ya ve qué cosas…tener miedo de perder lo que nunca ha sido mío.

Ayer mismo durante esa disciplina de la a veces interminable caminata, pasé delante de la esbelta conífera a la que una mañana de cierzo invernal le puse su nombre de usted señora y dejé colgadas de sus acículas unas rimas seguramente asistido por la musa Erato porque mi prosodia no es una disciplina sujeta a mi trato con las letras. Y además me pasa que pensando en usted los pájaros me parecen flores de colores volando y en el pentagrama del cableado eléctrico, cuando se posan las golondrinas, se me figuran notas musicales de una melodía para susurrársela a su oído cuando usted tarda en dormirse. Dígame señora si así, con esta anarquía que me asiste, se puede escribir una rima que ponga de acuerdo la razón, el corazón y la métrica, porque ya ve que el corazón me alborota la razón. Pero tranquilícese usted porque a la postre sólo soy un caminante que ve una flor volando y suspira o quizás es que llevo tanto tiempo amando en sueños, que se me olvida que los mejores sueños hay que tenerlos despierto. Y fíjese que es bien poco lo que pido. Me conformaría con ser gato para estar junto a su gata, pero no soy otra cosa, y eso es lo cierto, que un labrador que ara una tierra en la que siembro ilusiones y cuando recojo la cosecha recojo sólo mis propios suspiros.

Perdone mi torpeza y mi desmemoria, a menudo se me olvida que sólo yo la quiero, que usted nunca me quiso y que me paso la vida mirando los besos que otros se dan. Quizá en este punto de mi carta debería tener presente que usted, señora, no tiene la culpa de no quererme ni yo de quererla tanto. ¿Quién puede presumir de regir los sentimientos sin tener que rasgar la fragilidad con que se guardan en el alma la esencia de la vida?, ¿qué culpa tiene el caminante si se quedó extasiado en la curva de un camino, atónito ante la belleza de una orquídea azul Mahón? O lo que me pasa a mí, que por usted señora, he venido a caer en la cuenta que sólo de noche pueden verse las estrellas. Usted ya no se acordará que un día ya lejano le pedí permiso para quererla y usted me lo negó aunque en algún rincón del alma creí entrever que sus ojos me lo concedían.

Su fiel admirador q.s.m.b.