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Durante este año, varios son los amigos que agradecieron la lectura del libro "Sin miedo a educar", de Betsy Hart, en Editorial Ciudadela. Aprovecho también para animarles a ustedes a descubrir en él la lucidez y buen humor que derrocha esta popular periodista norteamericana que, a pesar de su difícil experiencia, sola ante la educación de sus cuatro hijos, se vuelca llena de pasión, ternura y fortaleza.

La verdad es que es una alegría constatar la implicación educativa de padres de familia y profesionales de la educación, pues en lo bien que ésta funcione va estar la clave del verdadero desarrollo de cualquier país.

Es por ello que insisto, especialmente en tiempo de vacaciones, en que padres e hijos deben saber con claridad qué se espera de ellos. Hablemos, pongámonos de acuerdo, empecemos por escribir una lista de tareas, consensuada. Cada hijo puede tener varios encargos diarios y también semanales. Lo de menos es que sean tareas muy sencillas, lo que importa es iniciar y asentar hábitos.

Recordemos que cuando en una familia se trabajan los hábitos básicos de alimentación, sueño, higiene y orden con niños pequeños e incluso bebés, éstos ya han empezado a participar en los proyectos comunes, en las necesidades vitales y en el estilo particular de esa casa. Es verdad que durante el verano hemos de tener más flexibilidad, pero alguna pequeña planificación siempre va a ser necesaria.

Recordemos también que educamos para ser mayores, no para ser siempre niños. Por eso, conforme las criaturas van creciendo, será preciso cambiar las maneras de proponer retos y ejercitarse. Para ello, tendremos en cuenta las circunstancias personales de cada hijo. Así intentaremos que, progresivamente, hagan por sí mismos lo máximo que puedan realizar para ser más autónomos, nosotros no intentaremos substituirlos.

Aquí es clave conocernos bien, para ir todos a una. Necesitaremos saber cuáles son las virtudes, flaquezas, aficiones, sensibilidades de cada miembro de la familia; conocer de sus posibles aportaciones e iniciativas, inquietudes y necesidades. Entonces, se ve preciso dedicar tiempo, más tiempo del que habitualmente tenemos. Pues bien, reconocer esta necesidad y atenderla es fundamental, ya que no deseamos perdernos en improvisaciones, discusiones o inconstancias que desaniman a cualquiera.

Una manera de empezar, o recomenzar, en la distribución de encargos y en la organización básica familiar es, por ejemplo, una buena tertulia después de la comida familiar del sábado o domingo, o mejor en la sobremesa de la cena familiar, pues con la mejor temperatura nos ayudará a estar más a gusto y sin prisas. Aprovechemos, pues, los días de descanso para disfrutar más de la conversación.

Pediremos que entre todos comenten lo que fue preciso hacer ese día para el buen funcionamiento de la casa: abrir cortinas, hacer camas, ordenar baños, doblar ropas, respetar los horarios de estudio o de actividades deportivas o de tiempo libre, lectura u ordenador, poner la mesa del desayuno, contestar el teléfono, comprar el pan y el diario, colocar el lavavajillas, tender la ropa, sacar la basura, preparar la comida y la cena, organizar mochilas, etcétera. Saldrá una larguísima lista, que evidenciará la necesidad de que todos colaboren.

Es el momento de proponer, opinar, discutir y elegir tareas y puntos de mejora personal que ellos podrían comprometerse a hacer. Según los intereses, gustos y capacidades personales de las criaturas, concretaremos los encargos, pensando cuál puede ser más adecuado para cada hija e hijo, y para nosotros mismos.

En ese momento, vale la pena recordar que el gran objetivo es adquirir un compromiso con la familia, sentirse parte fundamental de un equipo. Digámosles que mediante los encargos aprendemos a ser más libres ya que con nuestro esfuerzo personal por mejorar beneficiamos a todos y somos más felices.

Por ejemplo, las responsabilidades les proporcionan a los adolescentes un sentimiento de importancia. Tienen voz, e incluso voto de calidad. Los encargos fomentan la preocupación por los demás, el espíritu de servicio y la conciencia de ser útil a los otros, por eso tienen un gran valor formativo. Sabemos que nuestros adolescentes necesitan responsabilidades que sean orientadas hacia otras personas y en los meses de verano tienen muchos más ratos libres. Pues, ¡a por ello!

Seamos generosos con el tiempo y animemos a nuestros hijos, pequeños y mayores, y a los amigos de nuestros hijos, a que piensen de manera independiente. Sentemos las bases para que formen su propio criterio, que les apasione buscar la verdad que hay en las cosas, resaltemos el valor de su opinión personal... Ellos, y la sociedad entera, van a salir muy beneficiados.