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Director de Plataforma, una editorial independiente nacida en 2007 que publica libros con autenticidad y sentido de la que han salido, entre otros títulos, Sonrisas de Bombay. www.plataformaeditorial.com

Todas las vidas humanas buscan el cofre de un tesoro cuyo contenido desconocemos. En la novela de Stevenson La isla del tesoro, éste contenía oro y joyas que un grupo de piratas enterraron. En mi vida también hay una isla en la que he ido buscando cosas esenciales que sabía que estaban dentro de un cofre escondido.

Un día descubrí que una de las cosas que más me importan es encontrar palabras hermosas, frases magníficas que, en realidad, alimentaban mi vida, mis sueños, mis sentimientos. No eran collares de perlas: eran collares de palabras, que me enseñaban a crecer, a madurar, a ganar y a perder, a añadir vida interior a mi vida biológica.

Descubrí que mi profesión, editar, me permitía estar continuamente en busca de un tesoro. Que cada catálogo o propuesta editorial era una isla y que leer (buscar), contenía la semilla de la alegría futura que sería editar. Si en la bellísima película Hiroshima, mon amour, uno de los protagonistas dice: "De tanto mirar, a veces se acaba aprendiendo", yo creo que de tanto leer me entraron ganas de buscar, de vez en cuando, los presuntos tesoros que mi vida pueda contener.

Buscar dentro de mí era la extensión lógica de hacerlo fuera de mí. Primero busqué palabras que curan, que ayudan, que aman fuera de mí. Y luego acabé notando que también tenía que escoger palabras mías con las que intentar curar, amar, ayudar y servir. Yo intuía que aprendemos por diferencias y notaba a cada lectura que, cuando leemos, somos y vivimos siempre más cosas de las que nunca contendrá nuestra vida desnuda de los demás.

Sentí que lo que pensaba y sentía eran racimos de cerezas en un bol, que esperan ser tomadas y se resisten a separarse. Notaba y noto de una manera creciente que, en mi manera de vivir, nada sabroso es un placer al paladar si lo tomas en la más estricta soledad, porque las palabras son collares y las cerezas salen siempre acompañadas.

Noté que mi vida tendría sentido leyendo siempre como un buscador de tesoros. Y que haría de esta vocación un oficio en la medida en la que siga editando obras hermosas. Y, como una ventaja de hacerse mayor es no tener falsa modestia, pues me di permiso para, de vez en cuando, expresar lo que siento escribiendo, porque las cosas esenciales van siempre de dentro a fuera.

Un día profundamente liberador, uno de mis más admirados autores, Mario Alonso, me dijo que en la vida lo más importante no es lo que se dice, sino lo que se hace. Y añadió que era más importante lo que se es que lo que se hace. Pues bien: yo soy editor. Soy un editor que lee siempre y que escribe a veces. Que lleva un mapa del tesoro en movimiento y que busca, sin cesar y con pasión, aquello que merece la pena ser encontrado para, una vez localizado, cavar con fuerza y mimo y desenterrar esas bellas palabras que otros contienen. Editar un libro es una búsqueda de la belleza. Es una búsqueda de las cosas que dan sentido. Es una búsqueda de lo mejor que hay en los otros para encontrarnos en ello y movernos hacia lo que admiramos. Editar es una forma de amar.