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Veremundo Pons Amor venía de una familia antigua empeñada en salvaguardar el honor a la palabra dada, hidalgos a los que no les hacía falta notario para cumplir. Un día tuvo un mal amanecer y chocó verbalmente sin motivo ni razón, con una bellísima dama que toda vestida de mujer trabajadora con su bata blanca no le alcanzaba la razón a que venía ese mal "pisto" en un hombre que parecía saber cómo iniciar una guerra. La trabajadora se llama Lis Nosesifiarme Pons, guapa con ganas lo que se dice una mujer bonita de verdad. Pons Amor estuvo muchos días pesaroso necesitando como el aire que respiraba una sonrisa, un gesto que significase su perdón y así de esta suerte sin darse cuenta como si viniera aquella historia del misterioso mundo de los sueños se dio cuenta que ya no había día ni noche que no llevase su recuerdo tan pegado al alma como tenía su piel pegada al cuerpo, y es que los sentimientos son como la sangre, que no se ven pero que no se puede vivir sin ellos. Y por eso un día se lo dijo, porque Veremundo Pons no concebía su propia dignidad en la vecindad del opaco velo de ocultar un sentimiento para él incluso más sorprendente aún que pudiera serlo para Nosesifiarme Pons.

Él desde siempre había estado muy entregado a su trabajo, que tantas satisfacciones le había dado en la vida, se sentía seguro de sí mismo hasta que aquél sentimiento le desarmó. Y la explicación que le dio a ella, debió ser torpe y azarada porque Lis se asustó ante la sinceridad de Veremundo y le abrió de inmediato la puerta por la que la indiferencia desaloja a los atrevidos. Ella no estaba por esas tentaciones de ser una más del gigantesco ejército de mujer amante de su señor y hacía bien, pero aquí se equivocaba por completo juzgando precipitadamente a Veremundo sin duda porque aún no se daba cuenta que Veremundo llevaba en su sangre el honor de su estirpe, una manera de ser y sentir muy distinta y distante de aquellos otros que sólo ven en una cara bonita y en un cuerpo perfecto la pasión carnal. Y eso que él se lo tenía dicho "nunca te pediré un beso aunque me muera por él", un día serás tú quién quiera saber lo que es regalar un beso a quién con tanta justicia se lo merece.

Veremundo, para qué negarlo, vivía en el pasado de sus antepasados, jamás había pagado por dar un beso a un mujer, quizá por no saber no sabía ni besar, por eso se compró "El beso de ercode scerbo" y aprendió la traducción de la palabra beso en los idiomas y dialectos de alguno pueblos:

Árabe-Gousi
Girmano-Namtschone
Eritreo-Sa'met (saamet)
Persa-Gons
Japonés-Seppunkiso
Inglés-Kiss
Holandés- Kus o zoen
Danés-Kysse
Rumano-Sârut
Ruso-Potselvi

Él sueña con el momento, con el día de tener la traducción de la palabra beso con un beso de ella. En ese idioma universal, en ese esperanto del cariño con que se trasmite esa caricia tan antigua como la propia existencia. Pero él jamás irá a por esa trocha de vulgarizar lo más hermoso que le ha pasado en su vida. No hará nada que pueda crear en ella un sentimiento de mala conciencia, para él, ella está por encima de cualquier otra cosa. Nunca la bajará del pedestal que él ha creado para ella. Es como si a la más bella flor cometiéramos el sacrilegio de cortarla para ponerla en el jarrón donde al final se marchita cualquier ramo de flores, o como atrapar a una bella Oropéndola para enclaustrarla en una jaula.

Veremundo sabe que el amor muere con frecuencia por la rutina, pero eso mayormente es en el amor carnal, el suyo es un amor distinto, es un amor espiritual, estabulado por las bardas del respeto más sincero y noble que un alma enamorada haya podido sentir por una mujer. Por eso nunca le pedirá nada que ella no se lo dé sin él pedírselo. Por eso piensa a veces que su existencia será como un árbol en otoño, como un mar sin el encaje de bolillos de sus aguas con espumas blancas acariciando las rocas, un horizonte sin nada detrás como Doñana sin linces como una noche sin estrellas, como una farola donde ni siquiera mean los perros. Pero también sabe que aún siendo un mendigo cuando habla con ella se siente como un rey.