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Llevo unos días en que me dedico a bucear por calles y plazas con el detector de mis sentidos activados al máximo y lo hago a paso de tortuga, o sea lentísimo y acompañado de mi buen amigo Antonio, catalán de estar por casa y más de aquí que muchos, profesor de esos que enseñan de verdad. Decía que me acompaña al típico ritmo de quienes no tienen prisas por llegar porque a ningún sitio en concreto se dirigen. Nuestros pasos van por la senda vacacional de quien ha decidido tomarse este veranillo como un trabajo más. Nos dejamos adelantar por esa multitud con prisas, sin intermitentes y para quienes todos los semáforos siguen estando en rojo. Nos golpean, nos zarandean, nos apretujan y sobre todo, nos ignoran. Y es normal, nosotros somos simples obstáculos a sus prisas vacacionales. Luego, de regreso, contarán a sus amistades que Menorca carece de muchísimas cosas, que les ha sido imposible encontrar lo que buscaban.

Mi amigo Antonio y yo llegamos a la conclusión de siempre y que no es otra que estar convencidos de que la mayoría que nos visitan lo que ocurre no es que no encuentran, es que no buscan o dicho de otra forma, no buscan lo que tenemos casi en exclusiva, la tranquilidad, las sin prisas y claro, así no hay quien la encuentre. Y después de haber recibido tres embestidas simultaneas por parte de la bolsa de esa apresurada mujer que olía a crema bronceadora y vestimenta playera, me pregunto si es eso a lo que los entendidos califican como "presión propia de esta época". Porque si no es eso, se le parece bastante. ¡Clotellada a tanta prisa!