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Balears asiste admirada e incrédula al debate sobre el Plan de Acción Integral de la Playa de Palma, aprobado por el Consell de Govern este mes de agosto. Esta cornisa marítima de la capital recibirá una inversión de 3.000 millones de euros en 10 años. El dinero público y el privado servirán para reformar este espacio y prepararlo para asegurar su futuro turístico.

El "esponjamiento" se conseguirá con la demolición de viviendas y hoteles obsoletos. Se creará, entre otras instalaciones, un museo de arte, un centro de wellness, otro de alto rendimiento, para conseguir un turismo de salud, ecológico, deportivo, artístico e incluso paisajístico. Los hoteles que ahora tienen 2,7 estrellas de media se situarán en las 4 estrellas y lo ocupación media crecerá 17 puntos, del 52 al 69 por ciento. Casi nada.

Se trata de un auténtico plan de reconversión, absolutamente necesario. Sin embargo se está produciendo un agravio comparativo, porque Menorca también necesita una propuesta de reconversión que permita el impulso de la calidad y que alivie su contradicción entre el modelo y la realidad. Si se considera que esa inversión repercutirá en beneficio de toda la isla de Mallorca, Menorca necesitaría un plan de más de 450 millones, con una acción común de las instituciones y las empresas.