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Cuando el estrés se multiplica, sus efectos pueden ser devastadores. Por eso, conviene restarlo o dividirlo: para que sea mucho más manejable y llevadero.

Estrés, viene del inglés "stress", que quiere decir fatiga. Se trata de una reacción normal y adaptativa del organismo ante la percepción de situaciones potencialmente peligrosas. El cuerpo se prepara, automáticamente, para luchar o para huir. Nos podemos acobardar o ponernos agresivos, pero nos asalta la sensación de que estamos ante una amenaza a la que necesitamos responder y eso, no nos permite relajarnos ni disfrutar en paz.

Todas las reacciones psicofisiológicas que se desencadenan en el cuerpo, tales como: sudoración, palpitaciones, tensión muscular…, son la prueba medible de que nuestro organismo se está poniendo en actitud de combate. Si dicho estado se prolonga en el tiempo, llega el agotamiento y, a veces, el desgaste físico: úlceras, insomnio, dolores musculares, inmunodeficiencia… Las situaciones que lo provocan, pueden ser negativas o positivas. Una pérdida puede causarlo, o un exceso de trabajo, pero también ante una alegría inesperada que pulveriza la rutina, como un premio de lotería, podemos acabar de los nervios. Como si hubiésemos perdido el control de nuestro coche.

Llevado a un extremo, puede llegar a ser patológico y causar problemas de salud. Existen diferentes tipos de estrés: postraumático, laboral, pre-electoral (como el que se avecina), deportivo... Lo incierto e inesperado, lo refuerza. Lo rutinario y previsible, nos suele tranquilizar.

Necesitamos combatirlo y dominarlo para hacer nuestra vida más llevadera. Aunque no se puede vivir sin estrés, "entre poc i massa…", lo mejor es un sano término medio. El primer paso, es detectarlo en nosotros mismos y, al darnos cuenta de su presencia, poder contrarrestarlo mejor. Luego, procurar conseguir un estilo de vida equilibrado, que nos permita descansar, de vez en cuando.

Si no queremos que el estrés se multiplique sin sentido, podemos adoptar múltiples estrategias y actividades. Cada uno tiene las suyas. ¿A quién le puede interesar que vayamos siempre como una moto? ¿Quién saca beneficio de nuestra permanente insatisfacción? A veces, son los que nos quieren vender el paraíso. Acumular para gastar. Ganar para comprar. No reflexionar, para dejarse llevar a todos los huertos…

Si le ponemos freno al estrés, procurando alternar obligaciones y esfuerzo en el trabajo, con momentos de risa entre amigos, conversaciones sin prisa y aficiones que no nos hagan mirar el reloj continuamente, seguro que ganaremos en calidad de vida. Es algo que los menorquines apreciamos por encima de tantos cantos de sirena que nos tientan seductoramente, como a Ulises.

Podemos ser más ricos que nadie. Pero ¿De qué le sirve a un menorquín conquistar el mundo, si pierde la calma?