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Nadie prestará la más mínima atención al traje que lleve un ministro en un acto oficial, en su escaño azul, en la tribuna de oradores, desgañitándose, defendiendo lo bien que lo está haciendo el gobierno del que forma parte; o en un programa de TV diciendo lo mismo. La cosa cambia mucho cuando el ministro es ministra. ¡Por dios bendito! No me digas, ¡iba de ordinaria!, como de mercadillo, esa falda, esa chaqueta, la falda por atrás le hace culo y la chaqueta ¡ay, la chaqueta!, ¡qué lástima! Ya te digo, esa de pobre habría que verla, oy, oy oy…. Sin embargo, mira tú la otra…sí, la otra ministra, esa tan resultona, aunque a veces va de "trapillo", todo la sienta y guapa tampoco vamos a decir que es, pero tiene esa cosa que todo la sienta. Ayer mismo la vi en la tele, tan conjuntada, sencilla, no vamos a decir que no iba sencilla la mujer, pero todo la sienta.

Un ministro vivirá una legislatura o dos o se eternizará, ora con una cartera ora con otra, y les digo que podrá hacerlo con un par de trajes, uno azul marino y el otro gris. Nadie dirá: ¡iba de guapo!, ¡iba de conjuntado!, es que todo le sienta, o iba de ordinario que estaba como para darle una limosna. Nadie, pero nadie, nadie, prestará la más mínima atención al traje que lleve el ministro. Traje que por estas políticas nuestras será azul o gris en otoño / invierno y como mucho azul clarito o gris perla en primavera / verano. Pero vamos, que será azul o gris. Y luego lo del peinado. Eso entre un ministro y una ministra también tiene sus achaques. Una ministra no puede alejarse mucho de una peluquería, mientras que un ministro, mientras tenga pelo con que peinarse, se peinará exactamente igual a lo largo de toda la legislatura. Como mucho, por cuestión del lado más amable para las cámaras, podrá modificar la raya o el flequillo. ¡¿Y los zapatos?! Aaaaaah, los zapatos… Una ministra no podrá descuidar tan importante complemento. Una ministra, por esa importancia sexista que le damos a quien en puridad está desarrollando el mismo trabajo que un ministro, no puede ponerse zapatos a cuadros con un vestido a rayas, o unos marrones con un vestido negro. Tiene que ir conjuntada, debe armonizar el aspecto cromático de su indumentaria. Si no, les faltará tiempo para decir que iba como una ordinaria. Y si quien escribe la crónica del atuendo de la ministra es una persona joven, a lo mejor dirá que iba de fashion cutre, poco menos que comparándola con una vulgar correveidile de programa chabacano de televisión.

El tacón de un calzado de ministra también debe de tener una estética ministerial. Un taconazo de aguja, de los llamados de vértigo, tampoco puede permitírselo. Debe ser una cosa discreta, vamos, lo que se dice clásica.

Un ministro en verano podrá ponerse un traje de baño entre el gayumbo tipo Fraga en Palomeras y el de la pernera una cuarta antes de llegar a la rodilla. Si está de propósito para que lo fotografíen, seguramente llevará una camisa o un niki. En iguales circunstancias, la ministra tendrá otros problemas, según como se conserve deberá renunciar al bikini. En cualquier caso jamás deberá llevar un tanga y por ninguna apuesta osará hacer top less. Tampoco, aunque esté como un queso, podrá llevar un top enseñando el ombligo (la única cicatriz, por cierto, que además de ser bonita, tiene en si misma como un sí es no es de insinuación, propicia a otras voluntades que ahora mismo no son del caso).

¿Se imaginan ustedes a una señora ministra con un short, un taconazo de una cuarta, un top con la barriguita y la cicatriz de la vida al aire, que haya ido además a la peluquería para que la despeinen, sentada en su banco azul y levantándose para coger la palabra y poner a la portavoz de la oposición a caer de un burro?

El continente y el contenido aquí sí que no permiten anarquías. El hábito y el fraile forman parte de un todo indisoluble. Una, tan sólo una licencia en esa línea que desbarre y una señora ministra se habría hecho por eso el más letal de los harakiris políticos. Claro que un ministro con unas bermudas y unas chanclas en el atril de oradores, tampoco iba a escapar con menos descalabraduras en su hoja de servicio.

Estamos muy lejos de esa magistratura de saber apreciar un trabajo por la calidad del mismo sin que nos importe el envoltorio, el aliño, lo fatuo, lo insustancial. Nos atan demasiados perjuicios. Nos atenazan las pueriles opiniones tantas veces de los hipócritas, que no de los bien intencionados. Estamos muy amarrados a nuestros temores mas cercanos, aquellos que para nuestra desdicha, nos llevan a comprar el caramelo por el envoltorio, como si el atuendo fuera el oráculo anunciador de la capacidad o incapacidad de cada cual. Hoy aún tenemos muy en cuenta la condición de hombre o mujer para llevar a término el mismo trabajo. Al hombre se le perdonará lo que a la mujer no se le tolera.