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Si el pecado original fue castigado con la expulsión del Paraíso, el parto doloroso y el ganarse el pan con el sudor de la frente, podemos deducir que las penalidades que los humanos tenemos que sufrir por nuestra débil e imperfecta naturaleza, son cambiantes.

Hemos buscado paraísos artificiales, conseguido la anestesia epidural y forrarnos a costa del sudor del prójimo. Pero la maldición nos persigue todavía y va mutando, incesante, como un virus. La expulsión de la empresa, los problemas de fertilidad y quedarse sin trabajo son, en los tiempos que corren, situaciones dramáticas que vivimos con enormes dosis de ansiedad personal, familiar y social. No es para menos.

Si antes, tener que trabajar era visto como un castigo impuesto por nuestros pecados, ahora se considera casi una bendición. La prioridad número uno, es luchar contra el desempleo. Todos unidos sin excepción.

En el caso de los jóvenes, se agravan las perspectivas. La cohesión social requiere que cada uno de nosotros se sienta útil y necesario, que podamos ganarnos el sustento honradamente y que aportemos algo, que los demás valoran o necesitan. Convivir sin penurias ni pasar excesivos agobios, es el ideal.

La preparación para este nuevo mundo que se va gestando, se hace imprescindible. La formación aparece como fuente de riqueza colectiva y de prosperidad individual, pero también como una necesidad ineludible para seguir el ritmo de los cambios acelerados.

Crear nuevos puestos de trabajo debe ser un reto y un estímulo para los emprendedores: me refiero a todos aquellos aventureros que suelen trazar caminos en el mar, que luego surcaremos los demás, agradecidos. Animemos a los que sepan y puedan, para que lo intenten sin miedo. Nuevas profesiones surgirán, pronto, gracias a estos visionarios: Guarda ecológico, experto en energías renovables, intérprete de chino, automatización de viviendas, diseñador de tiendas on-line, experto en turismo integrado (arte, deporte, naturaleza), ingeniero biomédico (prótesis y órganos artificiales), técnico en acuicultura marina...y cosas que no nos imaginamos todavía.

Pero junto al progreso, desgraciadamente, la vieja maldición que nos persigue desde la antigüedad, seguirá enturbiando nuestros anhelos de vivir en un mundo pacífico, donde reine la fraternidad. Lo vemos en el telediario: Mueren millones de peces, ahogados en petróleo y el agua tiene nitratos; el odio alimenta el terrorismo y la destrucción, crece el paro; las guerras y el hambre siguen diseminando muerte y desolación sobre la faz de la Tierra. Amenazas de epidemias o catástrofes naturales, nos obligan a vivir acongojados.

Hasta que la maldición no acabe, la cosa no tiene remedio. Incluso, a pequeña escala, proliferarán los programas del corazón, se nos estropeará el ordenador, y al día siguiente de lavar el coche, lloverá tierra roja.