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Llamar "mierda" a un ministro porque llora en su despedida es deplorable, de un machismo retrógrado autóctono que parece imposible de extinguir y que nos desautoriza a la hora de dar lecciones al respecto a otras culturas. Es el mismo machismo que empleó el alcalde de Valladolid para ofender a una nueva ministra comentando en la radio, que no a los colegas en el vestuario del gimnasio, los pensamientos que le generan sus labios. Todo muy triste, muy patético. Ahora bien, montar el circo de declaraciones que han montado los socialistas con el tema es también algo exagerado. El alcalde en cuestión, así como Pérez-Reverte, han quedado en evidencia en ellos mismos, como lo han hecho quienes, como Rajoy, no lo han reprobado en público. Pero ya está. No parece de recibo ir repitiendo lo mismo día tras día, intentando sacar un rédito político de lo que no es más que una grosería, empleando de nuevo a las mujeres ministras como bandera de un progresismo que luego se diluye con sus medidas económicas. Es exagerado, como exagerada está siendo la sucesión de despedidas, abrazos, intercambios de carteras (¿por qué siguen haciendo este ridículo ritual?), aplausos endogámicos, babeos y piropeos que nos está regalando el Gobierno con su reciente remodelación. Ni la ñoñería empalagosa de la rosa ni los machitos ibéricos soeces del albatros.