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Está por todo…escondido en cualquier parte…oculto en los rincones más insospechados…nos invade en silencio…lo eliminas y vuelve, una y otra vez…y si no acabamos con él, nos llegará a comer…

Su mujer hablaba del polvo, pero lo cierto es que él estaba de los nervios, últimamente.
Todo comenzó cuando compraron aquella vieja casa, sobre la que pesaba la maldición de una antigua hipoteca. Pronto empezaron a oír voces (los tabiques eran demasiado estrechos) y aparecía gente que cambiaba cosas (ICP, TDT…) Los finales de mes, eran terroríficos. Una vez, vieron pasar a lo lejos, el espectro del cobrador del frac.

La noche de los vecinos vivientes, apenas podían conciliar el sueño. Luces que se encendían y se apagaban, sin motivo aparente. Risotadas que venían del más allá. (Más allá, estaban "los otros"). A las pocas semanas, tuvieron que llamar a un fontanero, por los ruidos extraños que salían de las tuberías y con la factura que les presentó después, se llevaron un susto de muerte.

Como estaba de los nervios, se imaginaba toda la ciudad en manos de seres que, ensimismados, caminaban sin hablar hasta sus casas. Allí se quedaban hipnotizados frente a una pantalla que les "comía el coco" para que no pudiesen pensar demasiado. En la radio y la televisión, empezó a aparecer gente a los que les habían succionado el cerebro. O esa era su teoría. Hablaban y se comportaban con normalidad, pero si veías varios programas, podías llegar a convertirte en uno de ellos.

Aparecían cadáveres por todas partes: confundía el CSI con el telediario. En la prensa, vio la fotografía de una mujer con un hacha en las manos. Venía de Luton. Como nos invadan los lutonianos, estamos apañados – pensó intranquilo. Salió a la calle para ir al trabajo, mirando de reojo a todo el mundo, e intentando averiguar, a simple vista, si eran de esos zombis descerebrados que se iban multiplicando imperceptiblemente. Se preguntó si no sería ya uno de ellos. Un jubilado tiraba migas de pan en el parque, mientras montones de pájaros se iban reuniendo a su alrededor…

Ya había oscurecido en aquel bosque tétrico y solitario, lleno de aullidos, cuando unos pasos anónimos se iban aproximando sigilosamente con malas intenciones…

Una mano, por la espalda, le dio un toquecito en el hombro cuando menos se lo esperaba. Pegó tal grito, que los espectadores de la sala, incluyendo su amigo del asiento de atrás, saltaron como resortes de sus asientos. El corazón, se les disparó a veinte mil pulsaciones. Hubo palomitas por todo.