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La actualidad no le dejaba conciliar el sueño. Las noticias no eran tranquilizadoras, que digamos. El mundo se le iba complicando por momentos. El dinero, ese gran animador, se había esfumado de la faz de la calle. Los comercios no se llenaban como antaño. Los recortes por todas partes, impuestos por la falta de liquidez, amenazaban su estilo de vida, tan alegremente consumista. Lo menos que le podía ocurrir, a una mente sensible como la suya, era padecer insomnio.

- ¡Vaya cara de cansado que llevas! ¿Se puede saber qué te pasa? – le preguntó su amigo, mientras le daba unas suaves palmaditas en el hombro.

- No puedo pegar ojo – respondió él, con voz lastimera – Me estoy volviendo alérgico a la cama.

- Y ¿por qué no duermes? – preguntó el otro, poniendo cara de médico de cabecera.

- Empiezo a pensar y a darle vueltas a las cosas. Las que van mal o las que me gustaría que se arreglasen, después están las previsiones que se oyen por ahí, y añádele las desgracias que cuentan en la tele, las cifras del paro…

-Pero, bueno, tienes que quitarte todo eso de la cabeza. Si no descansas, no podrás trabajar al día siguiente. No hay más que verte…que das pena…

Lo había probado todo sin resultado hasta que un día, entró en la biblioteca pública para resguardarse del frío exterior. Se le ocurrió que si leía algo al acostarse, no se le haría tan interminable la noche. Pidió prestada una novela de Ágatha Christie. Llevaba por título: "El hombre del traje color castaño".

"…La bella y joven Anne llega a Londres en busca de aventura. La encuentra rápidamente, en los andenes de la estación de metro, donde un hombre flaco, que apesta a naftalina, pierde el equilibrio y se electrocuta sobre las vías. El veredicto de Scotland Yard, es de muerte accidental. Pero Anne no está convencida. Después de todo, ¿quién era ese hombre del traje color castaño, que examinó el cadáver? ¿Y por qué desapareció, dejando tras de sí este mensaje: 17.1 22 Kilmorden Castle?..."

Treinta y seis capítulos y veintidós personajes de lo más diverso, desde mayordomos y jardineros, hasta una bailarina rusa. Ciertamente, a él nunca se le habían dado muy bien las investigaciones criminales. Pronto se hizo tal lío, que ya sospechaba de todo el mundo. Cada capítulo, se le ponía la solución más cuesta arriba. El esclarecimiento de la verdad, iba perdiendo interés a marchas forzadas.

Por fin, su mente se rindió ante la acuciante necesidad de reposo y el esfuerzo de concentración necesario para recordar tantas pistas. Sus ojos se fueron cerrando lentamente, de manera entrecortada, hasta que el sueño pudo más que sus desvelos. Estaba tan agotado, que dejó el crimen sin resolver.