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Estando en Bélgica, mi familia se trasladó a Noruega. Padre había encontrado trabajo allí en un buque ballenero; años más tarde cuando fui ecologista me supo mal eso. Fuimos a Trompso y por el trabajo padre pasaba muchos meses fuera. Cuando eso ocurría, madre cambiaba mucho; se volvía hosca y severa. Una noche, tendría nueve años, escuché ruidos en su habitación. No era la primera vez que los oía, pero sí con aquella intensidad. Tablas, muelles. Me levanté y fui a ver que era, recorrí descalzo el pasillo evitando las baldosas que se movían. Apoyé la oreja en la puerta y escuché. Sabía que no debía hacerlo eso, que estaba mal; pero la curiosidad me vencía. Me pareció que madre hablaba con alguna persona ¿no?... Casi seguro que sí, porque se hizo el silencio dentro. La puerta de la calle estaba cerrada; lo que quería decir que no había entrado nadie; ¿o sí?... En aquel momento se produjeron ruidos en el interior, quejidos y suspiros. Me apoyé aún más y desplacé la llave. Chirrió y eso hizo que –inmediatamente o a mí me lo pareció– el cuarto se silenciara. Pensé: "evidentemente, madre no está sola".... Pero padre no estaba; se encontraba en el buque ballenero. Incluso hacía unos días que me había enviado un trozo de carne de ballena para que la comiera. Y me gustó; gelatinosa, imposible de triturar con las muelas, pues me salía por la comisura de los labios. Desplacé aún más la llave y no entendí lo que vi. Madre estaba con una mano colgando del colchón y la otra sujeta al cabezal con las piernas abiertas cubierta con la sábana, que estaba mojada y se transparentaba, y la frente sudada. Tenía el pelo revuelto, y aunque quise abarcar más del espacio no pude –malintencionadamente, para ver qué o quién era–. El hueco de la cerradura no me permitió ver más. Ella siguió con lo suyo y se irguió, gritó y desplomó sobre el colchón. Me asusté y separé tan rápido que hizo que la puerta oscilara. "Me delaté", pensé... Pero no, no se produjo ningún ruido dentro. Tenía que regresar rápido a mi cama y aprender a no meterme en los líos de los demás –¿líos?–, a no interrogarme ni interesarme por nada. Así me lo habían enseñado en la escuela.

Pero la oscuridad era una cosa muy jeringada para mí y la curiosidad aún más; era un niño muy entrometido. Y mal pensado... Estaba regresando a mi cuarto cuando volví atrás y vi que la llave seguía igual; lo que me ofrecía una oportunidad –otra– de mirar. Sabía que no debía hacerlo, que no era lícito ni moral. Al poner el ojo en la cerradura vi que era madre la que me miraba, o me lo parecía; porque tenía una forma absurda de mirar; o placentera, no sé... Empecé a tener la respiración entrecortada y una gran desi­lusión y sensación de dolor por incumplir una norma básica, la del respeto a la intimidad.

Durante unos segundos nada pasó y al apoyarme de nuevo en la puerta ésta cedió. Madre la había dejado así para que cayera en la trampa. Me separé con horror y eché a correr, fui a mi cuarto para caer de un salto en la cama y taparme con la sábana aterido de frío y consumido por el horror. ¿Era una sombra lo que había visto antes de separarme de la puerta?... Casi seguro que sí.

***

Al día siguiente encontré a madre desmayada en la cama. Tenía un coma diabético. El doctor me dijo que había venido de poco que ella se muriera. "Tendrás que ser el hombre de la casa –me dijo–, al menos hasta que venga tu padre".

En la camilla, cuando la bajaban por la escalera, que era estrecha y obligó a mucho equilibrio, madre me dijo: "Hijo, te llamé anoche y no acudiste"... Y era verdad. No había respondido –y por qué–... Por no sé qué oscura y mala interpretación de las cosas que casi le costó la vida a ella.

La sombra resultante resultó ser la muerte –fue lo que me dijo una vidente años después–. Pero aquella noche –evidentemente– falló.