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La historia está llena de jefes de Estado que han creído que su cargo les tiene que durar toda la vida.

José Mª Pons Muñoz

Las poblaciones musulmanas de una amplia región, de ordinario muy sometida por los distintos regímenes políticos, después de lo de Túnez, han decidido poner en marcha la inercia del efecto dominó hartos de aguantar durante décadas al mismo personaje y la misma política de ordinario despótica. Fíjense en Egipto, su presidente Hosni Mubarak lleva en el sillón presidencial desde 1981 (30 años) y aunque ya tiene 82 años cumplidos, ahí sigue sin ninguna voluntad de querer dejar la poltrona.

Muamar el Gadafi, de 68 años, ostenta el poder de su país desde su taifa tras un golpe de estado del que ya nadie se acuerda porque han pasado 42 años, o sea que tenía 26 años cuando asumió un poder que lo convierte en el decano de los jefes de estado. Abdalá bin Abdelaziz, 86 años, en 2005 sucedió a su hermanastro, los Fahd, la dinastía Fahd, lleva en el poder de Arabia Saudita desde 1932 (79 años). Mohamed VI, de 47 años, lleva 12 años en el palacio de Rabat gobernando Marruecos. Sucedió a su padre Mohamed V (ya saben ustedes que hay generales que cuando sus esposas dan a luz, paren un nuevo general y a los reyes es costumbre que los hijos les nazcan con corona.) Si el padre ha sido bueno para su pueblo, uno tiene la esperanza de que el hijo siga la misma trocha. Lo malo de algunas de estas políticas es cuando se eternizan con regímenes dictatoriales, en algunos casos cercanos al feudalismo decimonónico, que somete a sus súbditos a una forma de vivir propia del Medievo, un anacronismo del siglo XXI.

No es pues para extrañarse que algunas poblaciones se agavillen con un único propósito: dejar, de una vez por todas, el pesado lastre que les aleja del siglo en el que viven.

¿Hasta dónde puede llegar la protesta pacífica musulmana?, ¿hasta cuándo será pacífica?

Conviene no olvidar que estamos hablando de poblaciones mayoritariamente musulmanas, que sin por separado no parecen tener el potencial para lograr grandes objetivos, sí pueden aspirar a ellos si están unidos. En cualquier caso el resto del mundo no debe mostrarse indiferente, solo sea desde el punto de vista egoísta por la influencia que pudiera tener en la dependencia energética.

Los conflictos entre países por lo conectado que está hoy en día la economía y la fragilidad en el precio de la energía, puede verse desestabilizada ante cualquier movimiento político. Erróneamente podríamos pensar que tal o cual asunto ni nos va ni nos viene, hasta que una mañana al levantarnos, encontremos el barril de petróleo 20 dólares más caro que el día anterior. Fíjense el meneo que lleva el que fue llamado paraíso del bienestar europeo a raíz del horroroso sistema bancario americano. La caída de Lehman Brothers, el banco más grande del mundo en inversión, fue el principio del tsunami que se ha llevado por delante el paraíso del bienestar en el que tan ficticiamente nos habíamos instalado. Para España ha venido a ser como quitar la carta de abajo, la que sujetaba nuestro castillo de naipes. "Aquello" de América y su política hipotecaria, que nunca hemos sabido cómo funciona porque nos pilla muy lejos, nos ha dejado a España hecha una escombrera.