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Hay mensajes que se dan al mismo tiempo pero nunca llegan a tocarse. Parecen seguir su propia e intransferible ruta, aprisionados inexorablemente en una órbita de la que no pudiesen salir.

- Aumenta el número de personas en paro…

- La situación económica va mejorando. Ya hemos tocado fondo…

- Estamos endeudados hasta las cajas, digo, las cejas…

- Hay que seguir gastando para crear empleo…

¿En qué quedamos? Por eso, hablar no es sinónimo de entenderse. Hay diálogos de sordos y hay sordos que pueden mantener bellos diálogos. ¿Cuál es la trayectoria de nuestros mensajes? A veces intuimos que al escoger un camino mental, renunciamos a otros para siempre. Los sectarios no escuchan, aunque oigan, aquello que no quieren oír.

Hoy en día, coexisten mensajes para todos los gustos. Los lingüistas distinguen entre la forma y el contenido.

Pero en cuanto a la comunicación, sabemos que los mensajes tienen una determinada profundidad, como los ríos: pueden ser superficiales o profundos, cristalinos o contaminados.

Fluyen como el agua; jamás permanecen estáticos, so pena de quedarse estancados y pudrírsenos en la mollera. Unos son más permanentes. Otros, cambiantes. "Donde dije digo, digo Diego" pero, por otra parte, "Rectificar es de sabios" ¿En qué quedamos?

Los egoístas solo escuchan su propia voz. Jamás alcanzan los puntos de vista de su interlocutor: sufren visiones solitarias.

¿Y qué decir de ciertos mensajes publicitarios? Mensajes para lelos, que los reciben sin ninguna capacidad crítica ni alternativa que los pueda contrarrestar. La propaganda se alimenta de esos mensajes machacones que van calando en las mentes porosas e indefensas, por falta de cultura y de cultivo.

Aunque también hay que admitir, que algunos anuncios son pequeñas obras de arte…

Nos bombardean sin cesar por tierra, mar y móvil. Intentan manipularnos para llevar el agua a su molino, o el dinero a su bolsillo, o el voto a su partido. No les gusta que pensemos por nuestra cuenta ni que analicemos lo que se oculta detrás de cada inocente mensajito: podríamos ser libres para decir que no.

Por eso, el fracaso de la educación es el triunfo de la demagogia y la chabacanería. Caldo de cultivo de manipulación, simplificación y violencia.

Pero están apañados. Porque es la hora de los listos, emprendedores y exigentes.

Ciudadanos responsables que no se conforman con que les cuenten patrañas.