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Por enredar hay quien tiene curiosidad en preguntar si la reina Isabel la Católica, aquella reina de principios que estuvo ocho años sin cambiarse la camisa hasta el punto y hora en que un tal Boabdil o Abú Abdalá, último rey de Granada, se conoce que, debilitado por luchas intestinas, acabara por entregar a los Reyes Católicos el último baluarte musulmán de la Península, y entonces, sólo entonces, aquella reina consintió en cambiarse la camisa. Ocho años de llevar la misma camisa, quieras que no, a la presente sólo lo ha hecho, que se sepa, la reina Isabel. Hay quien se pregunta que a una mujer con estas voluntades qué le debió de gustar más, la tortilla de patata (tortilla española) o la tortilla solitaria, la del simple huevo batido (tortilla francesa). No se rompan la cabeza, la tortilla que le gustaba a la reina Isabel era la tortilla francesa, no podía ser de otra manera por el hecho de que cuando sucedió aquel episodio de que Abú Abdalá llorase como una mujer lo que no había defendido como un hombre, en España no había patatas. Faltaban unos años para ser introducidas procedentes de América. Además, durante algunos lustros fueron cultivadas en pequeña cantidad y como planta ornamental. Bastantes años más tarde podríamos ubicar la fecha del origen de la tortilla de patata, para ser exactos bastantes años después del fallecimiento de Isabel la Católica.

Es una combinación gloriosa la de juntar el huevo con la patata frita. Pocas cosas habrá que alcancen mayor rédito con tan escasos ingredientes, huevo y patata, a la que sólo hay que añadir un poco de sal y un buen aceite.

Con este asunto de la tortilla, a mí me pasa como con la paella, que no se me alcanza la razón de cómo puede ser que algunos países asiáticos, que fían en el arroz su principal fuente nutricional, luego resulta que desconocen la paella, comen arroz un día sí y el otro también, pero jamás han probado una paella. Bueno, ni el jamón, ni tampoco por eso una tortilla de patata. En varios países de Europa desconocen las alegrías de la tortilla de patata, en Bielorrusia por ejemplo. Durante algunos veranos, tuvimos en casa una niña bielorrusa. Dejó de venir cuando ya era una mujercita. Cada dos por tres me decía: papá, hazme una tortilla de patatas. Le encantaba. La enseñé como se hace una buena tortilla, y me consta que luego se la hizo a su familia. Yo le decía: la tortilla debe llevar patata, cebolla y huevo (hay gente a la que no le gusta la cebolla), aceite para freír y sal para darle el punto. Uno de los secretos de la tortilla consiste en no escatimar en huevo, y una vez que la patata y la cebolla estén fritas, escurrir de aceite y pasarlas al cuenco donde ya tendremos batido el huevo, mezclarlo todo muy bien, pasarlo a la sartén, nivelar el grosor, que quede por un igual, y llevarlo a un fuego medio. Si la sartén recibe demasiado calor, la tortilla quedará quemada por fuera y sin hacerse por dentro. Para saber cuando hay que darle la vuelta, basta con prestar atención al olor, cuando se sienta el característico olor a huevo, hay que darle la vuelta. Si a las patatas se les añade pimiento verde y guisantes (tortilla paisana) debe cuidarse que todos los componentes están en su punto de cochura.
Ferrán Adriá hace una tortilla de patatas con patatas churras. La he comido un par de veces y qué quieren que les diga, no le encuentro ni la punta ni el punto.
Conozco de un restaurante donde hacen o hacían, porque hace años que no he vuelto a comer en él, más de 50 tipos diferentes de tortillas.

Hoy se hace una tortilla de patata descafeinada. Eso es así cuando la patata más que frita está cocida. Y el huevo ni siquiera es huevo, es un invento al que llaman huevina. Parece que este sucedáneo nace al rebufo del temor a la salmonela, por otro lado harto improbable en el huevo frito de la tortilla, sobre todo cuando ésta se consume recién hecha, que además es cuando está más jugosa y sabrosa.

De la cocina de las sobras nació la tortilla guisada. Cuando sobra tortilla se apaña un sofrito al que se le agrega agua y la tortilla sobrante. De esta suerte se guisa.

Si el agua tiene la compañía de unos despojos de pollo, un hueso de ternera y una puntita de jamón, obtendremos un caldo con unas sustancias más agradecidas que el agua del grifo. Con este caldo resultará una tortilla guisada de mejor comer.

Tortillas se pueden hacer de mil formas diferentes, pero la tortilla de patata es insuperable, sin dejar de ser sencilla, casi diría que humilde.