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Hasta no hace demasiados meses algunos políticos menorquines en el poder tanto en los ayuntamientos como en el Consell Insular o en el mismo Govern se llenaban la boca (con el orgullo del inconsciente o con la consciencia del mentiroso) con la tabarra de la denominada economía sostenible. No sabemos, es decir desconocemos, si algunos de ellos se lo creían realmente (eso se llama ingenuidad) o si se habían afiliado a la mentira más descarada y despiadada para tratar de esquivar el escenario dramático que ya se intuía para el futuro menorquín en un intento de amagarse y ganar tiempo ante las próximas elecciones. Según ellos Menorca aguantaría la crisis económica mucho mejor que las otras islas por, precisamente, contar con esa "economía sostenible".

Se suponía (o querían hacer suponer) que la fortaleza de la isla era una base económica diversificada y fuertemente anclada en la viabilidad de sus empresas y de su llamado "modelo económico". El latiguillo en cuestión se transformó en imprescindible para muchos de esos políticos para poder blasonar de "magnífica gestión". Sólo han tenido que pasar unos pocos meses para confirmar lo que el sentido común del menorquín medio ya intuía: que todo era "fum de formatjada". Un engaño masivo.

El paso de los meses ha demostrado que la realidad era muy distinta a lo que se pretendía hacer creer a la sociedad isleña. Se ha visto que el rey estaba desnudo. Menorca va a la deriva por no tener precisamente una dirección política firme. Menorca no tiene modelo económico alguno más allá de la prohibición institucionalizada que afecta a toda la isla.

Como colofón casi final a toda una serie de dramáticos cierres de empresas emblemáticas de la isla, sucede ahora el caso de la antigua fábrica de El Caserío. "¡Era bolla vista!", dice el saber popular. Efectivamente, cuando Kraft dejó la fábrica era porque ya sabía que esa empresa en el actual mundo comercial de los lácteos era inviable. Demasiados costes fijos, demasiados lastres frente a tanta competencia internacional. No era competitiva ni, esencialmente, rentable.
Es totalmente comprensible (y merece toda la solidaridad) el nerviosismo de los trabajadores que temen lo que se cree imparable: el cierre de la empresa tras los balbuceos últimos hasta que se llegue al fin final. Eso es un drama para la isla. Toda Menorca se resentirá de este cierre. La agonía será lenta y dolorosa. Habrán sido inútiles los esfuerzos de los políticos en sus intentos por inmiscuirse en la relación comercial de una empresa con su mercado y en su libre voluntad de (poder) continuar o no con su actividad. Su actuación como brokers intermediarios (así lo tildó un medio de comunicación) habrá quedado en nada. Las demagógicas declaraciones de algunos sindicalistas pidiendo la nacionalización (o "autonomización" –la compra por parte de la autonomía balear–) de la fábrica pueden entenderse por los nervios del momento pero son literalmente ridículas. Se han pasado.

Pero la isla debe de reaccionar. Deberían de acabarse las tergiversaciones sobre supuestas realidades de Menorca que no son sino dogmas inventados a beneficio de algunos. Menorca necesita un baño de realismo y puesta al día. Necesita querer meterse en el mundo moderno y dejar los sueños pasados para la historia. Un ejemplo claro de la nebulosa demagógica que cubre ahora la isla es la tediosa y ya insoportable campaña sobre "el agua de Menorca". Los menorquines somos atacados diariamente de forma impune y despiadada con unos lastimosos y lacrimógenos anuncios radiofónicos que nos aciaga cada mañana con las supuestas carencias de agua en la isla. Sólo provocan un cambio de dial inmediato. Es falso. Menorca nunca tuvo tanta agua como ahora. Nunca tuvo tantos árboles ni tanta vegetación. Que se lo pregunten a los payeses. Esas campañas sólo son formas de justificar las subvenciones de algunos. Son clichés interesados.

La isla necesita libertad en mayúsculas. Necesita deshacerse de esos conocidos slogans preestablecidos, romper dependencias desfasadas. Los menorquines debemos de sugestionarnos que podemos retornar a la riqueza pero nunca desde la mentalidad anclada en prejuicios sino desde las oportunidades que nos ofrece el mundo globalizado. Menorca debe de abrirse y aprender a competir. Pero para lograrlo el poder debe de dejar de tergiversar la realidad.