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En el año 46 inicié mi etapa en el Seminario; recuerdo que de los 33 alumnos inscritos en el centro, solo 6 éramos de Maó; Vicente Macián, Miguel Tutzó Meliá, Alberto Valls, Guillermo Pons, Enrique Pascual Riera, que aunque nacido en Ciutadella, a causa del destino de su padre, residía en Mahón, y yo que acababa de incorporarme; ellos eran mayores que yo y al ser el padre Macián el veterano del grupo asumió la tarea de "hermano mayor" del benjamín. Él había cursado los cinco años de Humanidades y los tres de Filosofía e iniciaba la última etapa, la de Teología, cuatro cursos más, de ahí que aquel mismo año fuera tonsurado, junto con Bartolomé Florit y Antonio Moll; era el inicio de la culminación de un sueño que se cerró al ser ordenado sacerdote por el obispo Pascual.

Lógicamente viví con expectación y alegría toda esta fase que para él era sumamente emotiva, ciclo que abarcó desde la tonsura hasta su primera misa en que viví y compartí la emoción y el compromiso de un joven cura que quería convertirse en mensajero de esperanza, de paz, de amor y de alegría.

A lo largo de nuestras vidas, la suya ya consumada, hemos compartido un mutuo y fraternal afecto, él nunca dejó de sentirse como mi hermano mayor y siempre, en los momentos más importantes de mi vida, tuve su consejo y nunca, lo digo con cierto orgullo, nunca dejó de creer en mí y en que sería fiel a mis principios … recuerdo que cuando asumí la jefatura del Área de Deportes del "Menorca", tras mi etapa de aprendizaje junto a Antonio Verger -otro entrañable amigo también desaparecido- me recordó algunas "recomendaciones" de Horacio en su "Ars poética", concretamente el "habla de los vicios, no de las personas", consejo oportunísimo porque en aquellos momentos y por una rivalidad mal entendida, el mundillo futbolístico local echaba chispas.

Más adelante, cuando me sumergí, "amb cos i ànima" en la política, también me "apuntaló" agradeciéndome mi vinculación directa en dicha parcela; sus palabras fueron éstas: "Bien hecho, Juanjo -solía llamarme así-, la política, sobre todo en estos momentos, necesita hombres como tú" … sus palabras me animaron, no podía ser de otra manera.

Un día le dije que quería entrevistarle, "me gustaría, replicó, pero tengo una entrevista ya concertada con …", seguimos charlando y convinimos que en otra ocasión "volveríamos sobre el tema", pero la oportunidad no llegó y ahora es ya imposible.

En otra ocasión le pregunté: "¿No te resulta muy duro ir de cura bueno". Se echo a reír, "Juanjo, yo soy así, no puedo ni quiero cambiar", pero su risa se desbordaba cuando le decía que era un pesado, que sus homilías y sermones, especialmente en los funerales, se eternizaban … entre risas y un enorme cariño, solía decirle, "claro, os aprovecháis de que en tales ocasiones la concurrencia es mucha" … "siempre hay que sembrar", era su respuesta, "sembrar y ofrecer aunque solo sea una pizca de esperanza"

Sentí su muerte, pero sin una excesiva tristeza; lo de "algo se muere en el alma cuando un amigo se va" se hizo realidad, pero reaccioné de inmediato porque el padre Macián había apurado su cáliz y ¡de qué manera!, su hora, la del encuentro con el Padre había llegado y me sentí "alegre", porque me lo imaginé feliz aunque al propio tiempo preocupado, porque creía que se presentaba ante su Dios con las manos vacías … "no Vicente, no, tus manos están llenas, ven a mis brazos, te estoy aguardando porque tú has sido lo que pretendías ser, mensajero y testimonio de amor, de paz, de esperanza y … de alegría".

Un fuerte abrazo y, "fins sempre".