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Somos los humanos, de ordinario, de un mal conformar. Y si eso fuera todo, no pasaría nada pero nos encanta andar metiendo el dedo en ojo ajeno. Somos verdaderos maestros en esa peligrosa industria de andar creando problemas donde no los hay y en esas maldades, algunos alcanzan méritos de peligro público.

En septiembre del pasado año, el pastor de una pequeña iglesia de EEUU, concretamente en Florida, a Terry Jones no se le ocurrió otra ocurrencia que querer quemar un ejemplar del Corán, el libro sagrado de los musulmanes. Seguramente, si a un dirigente religioso musulmán, un Imán, le da por quemar una Biblia, no sucedería nada, pero la sensibilidad en lo religioso de fundamentalistas agrupados en turbas descontroladas, pueden ocasionar desastres, como el llevado a cabo a principios de este mes de abril, en que fueron asesinados 7 empleados de la ONU. Y eso ha sido sólo el principio. El sábado 2 de abril último, a cuenta también de la quema de un ejemplar del libro sagrado de los musulmanes, se llevó a término otro atentado en Afganistán, donde murieron más de 10 personas, dejando 83 heridos, algunos de ellos muy graves. Es decir, que de momento, 17 personas han perdido la vida y más de 80 están heridas porque a un iluminado, un "tontolaba" integral, le da por quemar coranes y como resulta que en EEUU incluso se puede quemar la bandera sin consecuencias penales, pues no está ni penado ni por eso tampoco prohibido, quemar el libro sagrado musulmán y encima haciéndolo con toda la propaganda posible para que la provocación, aparte de estúpida, sea pública y notoria. ¡Cuánto imbécil hay por ahí suelto!, ¡cuánto peligro público! Pero sobre todo qué orfandad de sentido común, ir a provocar a quienes a su fanatismo se les facilitan motivos para que den rienda suelta a su intolerancia, que en cualquier caso no es por eso mayor que la del tal Jones y la pandilla de paranoicos que le siguen y jalean. De momento, presuntamente, sobre sus maltrechas conciencias, pesa indirectamente la muerte de 17 personas, y más de 80 heridos.

No se me alcanza cómo EEUU, tan severos, tan…por si acaso con aquellos que suben a un avión, que les registran hasta su intimidad, tan tirados "pa'lante" para buscar armas de destrucción masiva donde no las había, para invadir países a sangre y fuego, unas veces para "cazar" a Osama Bin Laden y otras por cosas tan pueriles como las de Irak, van y dejan que un exaltado ande provocando la irritabilidad a los seguidores de una religión, para el caso, nada más y nada menos que la musulmana, con algunos seguidores tan propensos a la respuesta violenta, y por ende indiscriminada, contra aquellos que en mala hora profanan sus signos espirituales.

EEUU tiene en la diáspora, podría decirse casi mundial, diseminadas embajadas, consulados, intereses económicos y tropas, que como se está viendo, son quienes luego sufren las consecuencias de una extraña manera de respetar la libertad y la moralidad.

Un político americano, pongo por caso, al que se le descubra "un lío de faldas", ya puede ir pensando en la dimisión o en quedarse estabulado en un despacho del que no va a ascender. Sin embargo, sí puede bombardear Vietnam con napalm (1) o lanzar el día 6 de agosto de 1945, una bomba atómica sobre Hiroshima y acto seguido otra sobre Nagasaki. Sólo en Hiroshima murieron 130.000 personas.

¿Qué moralidad tan extraña la que permite todo eso pero luego no le puede prohibir al provocador pastor Terry Jones y sus correligionarios que quemen un Corán? Cuando cualquiera que tenga dos dedos de frente, sabe que ese acto será tomado por algún sector musulmán, probablemente fundamentalista, como una provocación. Sector fundamentalista que no anda precisamente escaso de fanáticos fáciles de exaltar. Puede que para los musulmanes cuente menos el acto de unos pocos iluminados y lo que realmente sí tengan en cuenta es que EEUU lo permite.

Napalm Compuesto químico que se obtiene por precipitación de palmitato, naftenato y oleato de aluminio, mezclado con gasolina de 100 octanos produce un gel muy inflamable. Ha sido denunciado su uso con fines bélicos por infinidad de países y amplios sectores sociales a causa de los grandísimos daños que ocasiona en las tierras de cultivo, pero sobre todo su peligrosidad para la población civil, sobre la que, además, se ha usado sin pudor ni misericordia.