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Presume el PP de haber renovado su plantilla de candidatos y fardan todos del equilibrio de experiencia y juventud que presentan sus listas. La cuestión es empezar vendiendo bien la moto, que ahora es nueva y no conviene que se destartale antes de ponerse en marcha. Lo cierto es que en las listas hay de todo, desde gente preparada, con estudios, con cualidades, con ambición, con vocación de entrega -tal vez me estoy pasando- a gente sin oficio ni beneficio, mamones de la ubre pública, que llegan agazapados bajo unas siglas que les conducirán a un escaño en el Parlament balear. Pelotas del señorito, servidores de la baba, se convertirán en unas semanas en honorables señorías representantes del pueblo y vivirán cuatro años a la sombra de un sueldo que jamás soñaron ganar y con una dignidad que jamás habrían alcanzado en su vida profesional, particularmente aquellos que nunca la han tenido. Las listas se componen de un buen escaparate, el número uno, sobre el que recae el peso de la acción, las miradas y las críticas, y un resto heterogéneo que causa auténticos quebraderos de cabeza al jefe de prensa que ha de escribir la nota con un breve currículum de cada uno. No extraña que alguno llegara en blanco, ni se explica ni se comprende, salvo por la amenaza de la extorsión, la presencia de algunos candidatos (y candidatas que se dice ahora).