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Siempre que se convocan elecciones, los candidatos a ocupar sillón o a conservarlo intentan sorprendernos con las canciones de siempre, con distintas letras pero con la misma música, y por eso es que normalmente nos suena a algo conocido. Y uno de los factores que irremediablemente aparecen suelen ser las descalificaciones a nivel personal y las promesas a futuros proyectos que acarician nuestros oídos pero que son de difícil por no decir de imposible ejecución. Además y para convencernos, para caernos bien, suelen rodearse de festejos, muchos de ellos que al final de sus campañas habrán representado un alto coste que, lógicamente, a corto o largo plazo recaerá sobre los bolsillos de sus propios votantes o no votantes, vamos, en todos los contribuyentes. Estas campañas que pagamos entre todos, van dirigidas única y exclusivamente a que les entreguemos nuestro voto. Sin embargo la pregunta que la mayoría suele hacerse es si tanto gasto es necesario y la respuesta que la mayoría daría sería sin duda que no es necesario. Y no lo es por una razón muy sencilla: somos los suficientemente maduros para saber desde hace mucho a qué y a quiénes vamos a votar, lo cual nos lleva a la triste conclusión de que nos habríamos podido ahorrar mucha pasta. Cuatro intervenciones a través de los medios de comunicación, cuatro fotos para conocer sus caras y punto. El resto de esos miles y miles de euros, para otros fines más urgentes y necesarios y suficientemente conocidos por todos. Yo, al margen de las músicas, las letras, los ágapes, aperitivos, picoteos, las mesas redondas, cuadradas y puntiagudas, sé muy bien a quién y a qué voy a votar… ¿y usted?