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Los periodistas, los críticos, los ciudadanos les damos cera con alegría. La política está mal valorada por la opinión pública, las encuestas del CIS lo consideran uno de los principales problemas del país después del paro, la corrupción y la vivienda. Necesita crédito para recuperar la dignidad y la confianza, pero llegan las elecciones, que es como una llamada a la renovación de esa casta y no cesa la lluvia del garrote sin compasión. Quizás nos pasamos, hay que dar una oportunidad a todos los que llegan por primera vez, aunque antes de presentarse deberían haber demostrado algo en la vida ordinaria, la profesional, donde se gana el respeto y el crédito. Si carecen de esa experiencia mínima o han demostrado ya que son incapaces están dado argumentos para la sospecha.

La actividad que van a desempeñar los elegidos no está bien vista, los ayuntamientos andan escasos de recursos, generalmente son más fuente de problemas que de satisfacción y, sin embargo, hay gente dispuesta a trabajar en ellos, en la más dura vertiente de la política. Hay un lado positivo. Saben que la mitad de las cosas que prometen no las podrán cumplir por falta de presupuesto, que se estrellarán contra la burocracia, más sólida en sus exigencias que la voluntad del recién llegado, y aún así se pelean por ganar. Tiene mérito.