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"Si me muero, será porque he nacido para dejar el tiempo a los de atrás. Confío que entre todos dejaremos al hombre en su lugar".
(Blas de Otero, "Canto de amor")

Desde hace tiempo, los periódicos locales vienen haciendo eco de la creciente inquietud ciudadana por el estado de atonía del puerto de Maó. Ante la nueva temporada turística, los ojos escudriñan el principal reclamo de Menorca y, ciertamente, el paisaje que hoy ofrece la segunda rada natural del Mediterráneo no incita al optimismo.

Con un lado norte carente de infraestructuras básicas para el uso residencial que acoge y una ribera sur monopolizada por la oferta gastronómica, el listado de establecimientos clausurados encuentra su complemento en una abrumadora oferta de inmuebles a la venta. El examen nos muestra alarmantes síntomas de una decadencia que, como suele suceder en estos casos, obedece a la confluencia de un conjunto de causas, algunas de las cuales ya han sido objeto de análisis en los medios de comunicación insulares. No en vano, hace escasos meses la arquitecta Roser Román denunciaba la absurda ficción del Consorci del Penya-segat, compuesto por tres administraciones públicas y destinado a consolidar un acantilado portuario en proceso de desprendimiento. En su escrito, Román explica que, pese a la trascendencia de la responsabilidad encomendada, el citado consorcio delega dicha labor a expensas de las iniciativas particulares (1).

En tales circunstancias, como indica la arquitecta, no ha de sorprender que tal carga financiera sobre los propietarios constituya uno de los motivos de la escasa renovación del parque inmobiliario de la primera línea del puerto, doblemente castigado por el conocido hundimiento del sector de la construcción en nuestro país.

Profundizando en el asunto, cabe preguntarse por la eficiencia del Consorci del Penya-segat del Port de Maó en función de sus resultados. Porque, si bien constituye el agente adecuado para la asunción de un reto como el que nos ocupa, uniendo bajo un mismo manto inversor al conjunto de las administraciones local, insular y autonómica competentes en el ámbito portuario, resulta del todo evidente que graves carencias presupuestarias imposibilitan su labor. De poco ha de servir este consorcio de papel si sus administradores le escatiman los recursos necesarios para ejercer la función asignada. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que, ante el riesgo de derrumbe, se plantaron vallas protectoras en los dos márgenes de la Costa de Baixamar y se cerraron otras rampas? ¿Cuál es el importe de la inversión realizada por el Consorci en los tres últimos años? ¿Dónde se emplazan los futuros proyectos de consolidación y cuáles son sus plazos de ejecución?

En otro magnífico artículo (2), el periodista Pep Mir criticaba con notable agudeza la actitud de la Autoridad Portuaria de Baleares respecto a Maó que, para quien no lo recuerde, es el organismo de la Administración Central del Estado que gestiona mediante el Derecho Privado y con personalidad jurídica y patrimonio propios los puertos de interés general de nuestra geografía insular. Así pues, se trata de una entidad autosuficiente que, al igual que AENA en el caso del transporte aéreo, grava en régimen de monopolio una actividad sujeta a las leyes del libre mercado. ¿Qué razones excusan, por tanto, la contribución de Autoridad Portuaria de Baleares a la salvaguarda del puerto de Maó, una de sus principales fuentes de ingresos? ¿Qué extraño reparto de jurisdicción territorial explica su ausencia en el Consorci del Penya-segat? ¿A quién beneficia su inhibición en la labor de conjurar el peligro, tantas veces anunciado, de un derrumbe de imprevisibles consecuencias?

En un escrito posterior, el mismo periodista definía esta pequeña isla, y quizá al archipiélago balear en su conjunto, como el territorio de las desmesuras (3). Un lugar donde la proliferación de competencias dificulta la labor de unas instituciones que, al tiempo de proclamar su independencia, ceden una y otra vez ante la presión de intereses ajenos. Ejemplos no nos faltan. Así las cosas, hay razones para argumentar que la reciente construcción del puerto artificial de Ciutadella podría suponer el golpe de gracia para el comercio menorquín en beneficio de Mallorca y una oportunidad perdida para la reconversión del puerto natural de Maó. ¿Cómo conciliar la necesidad de un recinto específico para una industria pesada, indispensable para el abastecimiento de Menorca, con la oferta de residencia, pesca, ocio, comercio, cultura y turismo náutico que se agolpa en el bello entorno monumental del puerto histórico? Mientras las tareas se acumulan, las inversiones públicas han abierto un nuevo frente a cincuenta kilómetros del Levante insular.

Así, nuestras administraciones contemplan impasibles cómo las embarcaciones se encaraman por el Área Natural de Especial Interés de la 'Colàrsega' en la eterna espera de un emplazamiento adecuado. Así, se suceden los estériles anuncios institucionales de nuevas conexiones entre puerto y ciudad y se repite el infructuoso debate sobre la racionalización del tráfico rodado. Así, la planificación de los usos portuarios no afronta la reversión al mundo civil de unas instalaciones militares obsoletas y en proceso de degradación. Así, la clamorosa ausencia de una terminal de pasajeros en condiciones nos convierte en un destino tercermundista. Así...

No parece, por tanto, que las continuas polémicas o foros de debate sobre el futuro de tan maravillosa ensenada hayan logrado grandes avances en la imprescindible tarea de su puesta al día. Ante el reto de la modernización, el Port de Maó y sus administradores responden, una vez más, con descoordinación y retraso. Quizá, retomando la vieja canción de Serrat, convenga recordar que el puerto no se hizo para "barquitos de papel, sin nombre, sin patrón y sin bandera, navegando sin timón donde la corriente lleva..."

Notas
(1) "¿Qué pasa con el puerto?" Roser Román R. -DM- 22/11/2010.
(2) "La habitación del adolescente rebelde" Pep Mir- DM- 31/10/2010.
(3) "Once años después, con las sobras del valor añadido" Pep Mir- DM- 06/03/2011.