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Hace años, un cámara con espíritu crítico asistió con quien firma a un acto en el que se cuestionaba el actual modelo turístico y, en concreto, el formato "todo incluido". El cámara lo tenía claro: "¿Es que una familia de clase media baja de Liverpool no tiene derecho a pasar unas vacaciones a precio asequible?" No le faltaba razón. Aquí se desprecia con frecuencia al británico de chanclas y patatas fritas. Se le maltrata, se cuelgan una serie de tópicos y defectos de serie. Como contrapunto, se hace un llamamiento abstracto al turismo de calidad, como si al jugador del golf o al titular de un yate (ya vienen unos cuantos, por cierto) se le pudieran colar con facilidad, como si fuera tonto, los restaurantes de sablazo y tentetieso, o las "coca colas" a 2,50 euros. El equilibrio es deseable siempre en la vida. No está nada mal que miles de británicos de clase media-baja llenen los hoteles, que también crean empleo, y surtan las neveras de sus apartamentos de cervezas adquiridas en el supermercado más cercano, que también. Como no está nada mal que vengan aficionados al mar con jersey sobre los hombros dispuestos a abusar de la VISA. El reto, quizá, no está en despreciar a unos en detrimento de otros, sino en atraer a personas sin distinción de clase y plantearles una oferta complementaria buena y con precios razonables. Y que venga quien quiera venir.