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El otro día hablaba Eduardo Punset en su programa "Redes" de un experimento: Se reunió a un grupo de gente común, entre los que había también un enólogo, y se les hizo probar un vino (al que se le había añadido vinagre) para que valoraran su calidad.

Todos esperaron primero a ver que opinaba el experto, que estaba compinchado con los organizadores de la prueba y que alabó la calidad del caldo. A continuación los demás hicieron lo mismo, hasta que se les descubrió el engaño. Entonces todo el mundo cambió de opinión y dijo la verdad: lo desagradable de su sabor.

No nos engañemos, la gente tiene opinión, sobre todo cuando le dan gato por liebre, pero a veces les pesa como una losa la de los entendidos.

Y es que los participantes en la prueba tenían el síndrome del argumento de autoridad que pesa mucho. ¡Qué difícil es, por ejemplo, decirle a un fontanero (al que se supone que maneja la llave grifa como nadie) que se está equivocando y que la cañería sigue haciendo agua por todas partes! O, ¿cómo decirle a un francés que no diga "fromage" si se ve claramente que es un queso?

La tendencia a seguir argumentos de autoridad procede de la regla del mínimo esfuerzo, típica del comportamiento del ser humano civilizado, acostumbrado a darle a la palanca y que se haga la luz en vez de tener que frotar el pedernal. Ese, también, que inclina a copiar a los alumnos en un examen o a alguien a fusilar parte de una tesis doctoral que duerme el sueño de los justos en el IME por falta de dineros para su publicación, de forma que en caso de llevarse a la imprenta ésta al fin, se daría la paradoja que el miembro del pelotón de fusilamiento podría denunciar por plagio al tesinando.

Pero siendo estos, casos individuales, mucho peor son los que afectan a la colectividad. En efecto: los poderes políticos y socioeconómicos (estos últimos hoy en cabeza), además de revestirse de santa autoridad, la ejercen y promueven por medio de la educación, de forma que cuando el niño alcanza el estado adulto ya tiene inoculado el principio de autoridad como un peso y también como un recurso para no molestarse en pensar "siempre se ha hecho así", dicen algunos.

Desde el Poder (repetimos: hoy día en manos socio-económicas más que en políticas) se elabora el DVD (Discurso de Valores Dominantes), como por ejemplo la idea de que las ideologías están superadas; de que se impone el pragmatismo. La idea no es nueva, ya lo preconizaba Gonzalo Fernández de la Mora el ideólogo de "el anterior Jefe de Estado" (expresión suave y políticamente correcta, característica del discurso eufemístico al referirse a Franco) en su libro "El Crepúsculo de las Ideologías".

Otra idea dominante es la tan cacareada "unidad", -lo de "la empresa somos todos", ya saben- que forma parte del discurso de las multinacionales y que es un arma en manos de los poderosos. La tan cacareada unidad estaría muy bien si la empresa fuéramos realmente todos y no hubiera la insalvable dicotomía, entre los que poseen los medios de producción y por tanto el poder socioeconómico y los que trabajan por cuenta ajena; la contradicción entre rentistas y asalariados.

Asalariados, digo, es decir, los que viven rehenes de un salario.

El uso y abuso del argumento de autoridad ha existido siempre. Recuerdo un fragmento de una obrita propagandística de los tiempos de Fernando VII llamada "El amante de la Nación Española en el siglo XIX" de José de Siñeriz (Madrid, 1833) construida en forma de diálogos. En uno de ellos titulado "de la Política" que se decían cosas tan peregrinas como esta:

"P. ¿Cuál de las clases de Gobierno es considerada por la mejor?
R. Todos los políticos convienen en que el Gobierno Monárquico es el mejor de los Gobiernos.
P. ¿Cuál es el Gobierno Monárquico?
R. Aquel en el cual la autoridad suprema reside en el Soberano ó Monarca.
P. ¿Por qué esta clase de Gobierno es considerada por la mejor de todas?
R. Porque consta de una sola cabeza; y así como una casa de familia no puede ser bien gobernada si son dos ó más á mandar, tampoco lo pueden ser los reynos donde hay más que una sola cabeza.
P. Probadlo con un ejemplo.
R. Si en una casa de familia tuviesen el gobierno de ella el padre, la madre y el hijo mayor, sería preciso preguntar á los tres todo lo que debe hacerse, y mientras lo acuerdan entre sí (cuando no llegan á discordar) todo se retrasa, y no puede haber buen gobierno.
P. Aclaradlo más con otro ejemplo.
R. Si se preguntase á estos tres lo que se había de comer en aquel día, v. gr., y el uno dijese de carne, el otro de vigilia, y el otro de mezcla, podría suceder que por esto mismo no tuviesen que comer á la hora de sentarse á la mesa.
P. ¿Y si solo el padre tuviese el gobierno?
R. Comerían á la voluntad de él, pero comerían.
P. Y debe suceder lo mismo en el Gobierno Monárquico.
R. Sí señor, porque en este Gobierno el Rey es la cabeza, y el padre de todos, á los cuales ama y gobierna como á hijos suyos."

Encontramos aquí, una vez más, el viejo argumento piramidal de equiparar la autoridad política con la paterna. "Comerían a voluntad de él pero comerían" ¿Para que vamos a pensar más si nos lo dan todo hecho?
Hasta el almuerzo.

Por cierto: ¿es casualidad que dicha obrita fuera reeditada en los años cincuenta del siglo XX? (Eiasa, 1956)

Pero no. Debemos sacudirnos la pereza, separar claramente el vino del vinagre y cuestionarlo todo, TODO. Pero no desde "no sé de qué estáis hablando, pero me opongo", sino desde el conocimiento crítico, la formación especulativa, la preparación.

Pensar, pensar, pensar, pensar y pensar, e aquí el antídoto contra el adocenamiento.
¡Ah! Y eso de que las ideologías están superadas es una trampa de la derecha. Ya hablaremos.
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