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Me comentaba el otro día una amiga mía que se llevó un chasco con la cantante Alaska. "Me la encontré en Madrid, le pedí un autógrafo y me soltó un no rotundo en toda la cara". Sin embargo, yo tuve la oportunidad de tratar con la artista hace tiempo y me pareció una mujer encantadora. Casos similares ocurren a menudo con quienes tenemos acceso a personajes conocidos por cuestiones laborales. Deportistas, actores, cantantes, políticos o humoristas... de todos tenemos un concepto basado en lo que vemos en televisión pero son precisamente éstos últimos los que más gracia me hacen (y nunca mejor dicho). Cuando un individuo famoso se dedica a la política y resulta ser un soso no sorprende. En todo caso, puede llamar la atención su alegría en lo cotidiano. Sin embargo, nos quedamos a cuadros cuando un humorista muestra su lado más simpático y cercano en los programas televisivos y se convierte en un gruñón cuando se apaga la cámara. Profesionales de este tipo nos rodean. Y es que el dicho lo deja claro: la tele es espectáculo y fuera de ella cada uno es como es. Lo malo es que alguno que otro no recuerde que una vez fue un simple ciudadano como todos.