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Existe una esporádica voluntad entre los partidos políticos de no polemizar en exceso sobre los sueldos y menos en los medios de comunicación. Han de informar pero no intentar que el adversario (no enemigo) cobre menos cada mes, porque al final la alternancia democrática puede hacer que te paguen con la misma moneda. Es cierto que la cuestión de los sueldos de los políticos da para jugar con la demagogia, porque se ha cultivado la mala imagen del gremio, hasta el punto que cualquier cosa que se les pague puede parecer demasiado. Y no es así. Que un presidente del Consell cobre 59.220 euros brutos al año no es un disparate y recortarle un 10 por ciento puede ser algo estético, incluso ético si es una decisión personal, pero sería insignificante para reducir el déficit y podría resultar injusto. Lo que importante realmente es la calidad de su trabajo y de todos los cargos públicos de confianza que van a cobrar de la caja común. Por ese motivo, hay que exigir a los responsables políticos la austeridad de sus proyectos y la eficacia de las personas que sitúan al frente de las administraciones. Es tan sencillo como en la empresa privada. El que cobre un buen sueldo de la administración debe ser quien se lo gane. Si no es así, un político temporal ha de perder la confianza y, como consecuencia, el trabajo.