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Leí en la prensa el extraño caso de un hombre que se hacía llamar Misterio. Por lo menos, ese fue el nombre que dio cuando ingresó en la unidad psiquiátrica del Hospital de Ávila. No llevaba documentación ni indicio alguno sobre su verdadera identidad. Como se expresaba de forma incoherente, quedó internado mientras la Policía empezó a investigar quién era y de donde provenía.

Huellas dactilares, ordenadores (que dieron con otro Misterio, que no era él), fotografías… a fuerza de hablar e intentar sonsacarle datos fiables, se pudo localizar, por fin, a unos hermanos suyos que hacía ya tiempo que lo daban por muerto. Al cabo de unos años desaparecido sin dejar rastro, tuvieron que solicitar del juzgado una Declaración de Fallecimiento, pues tenían que repartirse la herencia de sus padres. Así fue como se certificó la defunción de Adriano Zamorano Patilla (que era su verdadero nombre).

Estudiando Psicología en la Universitat Autónoma de Barcelona, realicé las prácticas de la carrera en el Departamento de Terapéutica Conductista de la Clínica Mental de Santa Coloma de Gramenet. Mi tutor, el doctor Aurelio López Zea, un psiquiatra con el que asistía a las terapias de grupo, trataba casos de alcoholismo y toxicomanías. Eran muchas vidas rotas, deshechas. La experiencia desgarradora de perder el control de uno mismo.

Del Dr. López, era la versión castellana del "Manual de Psiquiatría" de Th. Lemperière y A Féline, donde leí la definición de Fouquet "Existe alcoholismo siempre que una persona ha perdido, de hecho, la libertad de abstenerse del alcohol".

Otro de mis profesores fue el Dr. Jorge Luís Tizón, autor del libro: "La locura. Compañera repudiada", que también me gustó mucho. Era, a diferencia del anterior, de orientación psicoanalítica.

Leandro Herrero Velasco, nos enseñaba a aplicar la Teoría General de Sistemas en el ámbito clínico de la psicopatología. Un conjunto de variables relacionadas entre sí, en las que cualquier modificación de una de ellas, implica la modificación del conjunto, que funciona como un todo. Dicha concepción sistémica, sirve para comprender mejor las complejidades extraordinarias del comportamiento humano.

El caso del tal Adriano, ha traído a mi mente vivencias que suelen dormitar en nuestro cerebro, sin saber exactamente dónde. Despiertan cuando el roce con un estímulo casual, las agita y les da un súbito zarandeo. Entonces acuden a nuestra consciencia en forma de recuerdos, por si nos hicieran falta para algo. De todos los nombres y situaciones del pasado, han acudido estos tres a un primer plano, por alguna curiosa razón. Somos harto imprevisibles y enigmáticos sin pretenderlo.

Porque, a fin de cuentas, el tema demuestra que cada profesor es diferente, único, parcial; que no hay dos alumnos iguales; y que cada persona es un mundo por descifrar...
Misterio, parece más un nombre común que un nombre propio.