TW
0

De poco sirve el control en la obtención del permiso de armas y para un terrorista o cualquier desquiciado de los que desgraciadamente nunca faltan, no sirve absolutamente de nada.
Hoy en día está al alcance de cualquier demente la fabricación de potentes cargas explosivas, cargar con éstas hasta los topes un coche, dejarlo en el lugar elegido y con un temporizador o con un teléfono móvil hacerla deflagrar estando el autor o autores de tal monstruosidad, a centenares de kilómetros de distancia, incluso tomando café en una céntrica cafetería de otro país. Para este tipo de barbarie no hace falta más que un loco asesino.


Lo que acaba de pasar en Noruega, la doble masacre llevada a cabo presumiblemente por un solitario individuo, aunque éste estuviera anteriormente en contacto con algún grupo vaya usted a saber de qué naturaleza, pero en el fondo de lo que se conoce parece que actuó prácticamente solo. La policía de momento sólo tiene a un degenerado de 32 años llamado Anders Behring Breivik. Ya digo, lo que acaba de pasar en Noruega, nos apercibe de lo expuestos que estamos los humanos en cualquier parte del mundo, cuando la tecnología es la clave para la barbarie de un desequilibrado. Las más de las veces, un oscuro y anónimo individuo que se pasa meses planeando una masacre, como la araña que teje su trampa para cazar moscas el desequilibrado prepara con meticulosidad el utillaje bélico para causar una matanza.

En solitario o acompañado, suele ser alguien que no era nadie, alguien que pasa de inmediato a ser el monstruo del que todo el mundo habla.

Cuando los españoles, en mala hora, fuimos víctimas de aquella tragedia del 11-M, algunos se empecinaron y en ello siguen, en afirmar que para un atentado como aquel hacía falta una infraestructura y una planificación de gentes "muy del oficio". Puede que sí y puede que no. Yo creo que el terrorista no necesita ir a estudiar a Salamanca, pues basta, desgraciadamente, con una cabeza desquiciada y la voluntad anulada por el odio, el rencor y el fanatismo. Lo demás lo pone la tecnología. Esa es la amarga realidad. En cualquier caso, el terrorismo es tan difícil de controlar por dos razones fundamentales: por lo imprevistos que resultan ser y la poca gente que necesitan para causar sus estragos.
Un terrorsita puede muy bien ser un ser anónimo, una figura opaca entre la multitud que va y viene a sus cuidados sin levantar sospechas. Un mal día decide pasar a la acción, coloca el explosivo que él mismo ha preparado sin tener que echar mano de grandes conocimientos de química o física, ni tampoco por eso le hace falta pasar por un curso acelerado de artificiero. Una vez que ha preparado la carga explosiva, conecta ésta a un temporizador o a un teléfono móvil. Lo demás ya no es otra cosa que cuantificar el grado de la masacre ocasionada. Fíjense en "el monstruo noruego". La tecnología le permitió fabricar un potente explosivo con el que ocasionó la primera matanza. La tecnología también le permitió conseguir armas automáticas de alta efectividad de fuego. Lo demás consistió en dejar el coche bomba frente a las oficinas del primer ministro, posiblemente desaparecer del lugar, hacerlo explosionar cuando quizá ya estaba en la isla, y después asesinar a tiros a más de 60 personas, dejando cerca de un centenar de heridos, algunos de ellos muy graves por el tipo de munición empleada.

Si nos detenemos a reflexionar, convendrán conmigo que es rara la semana que no tenemos que lamentar en alguna parte del mundo un atentado terrorista. Y eso es así cuando se junta odio, fanatismo, mentes desquiciadas puestas de acuerdo con la tecnología. Un coctel, perdonen la gráfica expresión, "explosivo".

No son pocas las veces en que la mente del terrorista ha sido anulada por quienes le utilizan. Ellos son "la mano que mece la cuna", la mano que zarandea el nogal para que otros recojan luego las nueces.