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A pesar de que tanto mi psiquiatra como mi sentido común e incluso mi oftalmólogo me aconsejan vivamente que me olvide del ascensor fantasma, mi carácter neurótico me impide dar por zanjado el tema. Mi mente enferma ansía respuestas. Es por ello que he iniciado una indagación (muy fértil) gracias a la cual he concebido hipótesis quizás plausibles. El resumen de dichas pesquisas es el que aporto a continuación como modesta colaboración al periodismo de investigación, disciplina en la que con ocasión tan especial me estreno.

Resulta que el ascensor, al que en adelante nombraré como "ADN" o ascensor de las narices (en la intimidad le llamo ADC) conoció su primer y embrionario proyecto de existencia hace muchos, muchos años. Comprensiblemente por aquel entonces y dado que los asuntos de palacio han de ir despacio, se dejaron correr preventivamente unos lustrillos para que la cosa no resultase precipitada. Vinieron después los tiempos de la abundancia. Por las arcas municipales fluían a espuertas los dineros procedentes de las licencias de obras. Es comprensible que con tanto trajín el ADN quedara arrinconado en el montón de los asuntos a madurar. Paralelamente el tándem PSOE- PSM se encontraba, dado el momento tan exigente, extremadamente ocupado en separar los proyectos malos (PM) para tumbarlos, de los proyectos buenos (PB) para darlos el ok. El criterio para etiquetar un proyecto como PM o PB resultaba a veces bastante sorprendente, tirando incluso a paradójico en ocasiones. La explicación al parecer de que algunos proyectos claramente lesivos para el medioambiente, el interés general o el sentido común (como la urbanización de Cala Llonga, ideada de forma tan creativa como absurda o la disminución del espejo de agua en la colársela o la pirueta surrealista de la cárcel en la que no debo profundizar si no quiero que se me dispare el ácido úrico), la explicación digo -que me pierdo- de que cayeran en el saco PB se encontraría en que esos asuntos fueron estudiados justo en los momentos en que PSOE, PSM y el GOB se tomaban días libres y por tanto no pudieron ejercer debidamente la presión que de ellos se hubiera esperado, y cuando se dieron cuenta ya no se pudo hacer nada. Lástima.De vuelta de las vacaciones y reforzados con la energía que otorga la mala conciencia, se entregaron a reparar el entuerto llenando el cajón PM con métodos expeditivos del tipo patadita en el culo de Norman Foster, juguetonas zancadillas a Richard Branson, severa estocada baja a Iñaki Gabilondo y otros vecinos de S´Altra Banda, o también minando la moral de los promotores del Hostal Miramar y el Rocamar, ralentizando o rechazando algunos proyectos de bodegas y turismo rural, proyectos de infraestructura hípica y un largo etcétera. El hecho cierto es que en medio de acontecimientos tan estresantes, la carpeta del ADN después de vegetar en paradero desconocido, apareció como por arte de magia en el despacho del director del casino. Lógicamente, una vez instalada en sitio tan acogedor la carpetita vive desde entonces un plácido sueño en espera de ser movida a la papelera. Y ésta es en esencia la sencilla pero inquietante historia del ascensor que quizás nació con un enemigo poderoso adosado al flanco que le ha impedido ver la luz del día y le ha obligado a vivir secuestrado hasta la fecha en oscuros cajones cerrados con llave.

Es una lástima que un elemento que hubiera resultado tan valioso para el puerto y su economía no haya conseguido materializarse. La enorme desproporción entre el beneficio que hubiera supuesto (yo lo cifraría en millones de euros acumulados en tantos años) y su costo (yo apostaría por unos miles de euros; no hablamos de construir un aeropuerto) debería servir como elemento de reflexión. Hay cosas que atentan contra el sentido común. Y esta sin duda es una que sacaría matrícula de honor. Estaríamos muy agradecidos si se encuentra y desactiva el motivo de un boicot tan tenaz como eficiente contra el ADN. Sugiero que mientras esto sucede se pida al conductor del tren turístico que nos ameniza últimamente con su gracioso pitido y campanilleo que se pare a la altura del hueco del ascensor y pida un minuto de silencio a los encandilados turistas que transporta. También valdría un solemne toque largo de silbato.