Miguel Orriols Morro posando en la puerta del desaparecido hotel Bustamante de la plaza del Príncipe de Mahón. (Fotografía realizada por Gino Dell Zem) Gentileza de la familia

TW
0

En Mahón, todos nos conocíamos. Aún hoy, gracias a Dios, continuamos poques diferències. La ciudad ha crecido tanto, que a veces tardamos meses en coincidir. Esto precisamente es lo que me ha sucedido con Miguel Orriols, persona muy apreciada por esta servidora, tal cual admiré a su querida esposa Hilda Herrero, al cel sia. A ambos los conocí, siendo una "Margariteta petita, no fa quatre dies". Pero llevábamos un tiempo sin saber el uno del otro, lo mismo me sucedía con su hijo Manolo, aquel chavalín que corría "per baixamar com una fletxa", junto a sus hermanas Loli y la Itos. Una prole preciosa, envidiable familia que supieron inculcar a sus hijos el amor a la naturaleza, a nuestro entrañable puerto y aprender a pescar; pasaban horas y más horas contemplando como se iba sumergiendo es suro en busca de la captura de peces. Por la noche la madre les preparaba una deliciosa cena a base de sus capturas. Sin duda fue un matrimonio ejemplar. De todo ello ya hablaremos más adelante.

Debo agradecer a uno de mis superiores de Editorial Menorca que nos pusiera en contacto. Mai li podré pagar.

¿Qué mejor lugar para un reencuentro que una plaza emblemática de la ciudad, la de Colón? Saboreando un auténtico café con leche en la cafetería Las Palmeras, fundada por Patric, regentada actualmente por unos jóvenes italianos molt agradosos Al fondo la estatua que tanto pidió mi admirado Deseado Mercadal y que al final el Ayuntamiento, permitió y Rubió corrió amb es gastos.

Casualmente Miguel Orriols, mantuvo una relación de dalt de tot con las hijas de nuestra entrañable cancionetista Pilar Alonso, de lo cual ya daré más detalles. Poc a poc i en bones.

Mientras iba saboreando un crujiente croissant, entre sorbos, Miguel, me fue relatando anécdotas de su nacimiento. Decir que quedé maravillada de su memoria, de cómo me relató infinidad de datos con los cuales fue reviviendo aquel Mahón haciéndome gozar del bullicio, de sus gentes, del ir y venir de carruajes mezclados con sones de claxon y exclamaciones de… alerta al·lot, que ara ve un cotxo, puja damunt s'assera…Mientras alguna abuela, añadía… sube al portal. Pero no pasaba nada, se iba con precaución y basta, gracias a todo ello Mahón vivía un ambiente que poco a poco ha ido desapareciendo. En los años 70, el alcalde Rafael Timoner se equivocó. Por supuesto que el lo ignoraba, de haberlo sabido, no hubiera enladrillado y modernizado las calles Ravaleta y Nueva, una verdadera lástima, que hoy pagamos todos, especialmente los comerciantes.

Muy cerca del lugar donde nos encontrábamos, en la calle Buenaire 5, el 20 de mayo de 1928, nació Miguel. Fue el único hijo del matrimonio formado por Conrado Orriols Izart y Milagros Morro Seguí. Esta fue hija de uno de los padres de los naturistas mahoneses, vegetariano, consumidor de plantas naturales. Los tés eran su fuente y medio de combatir toda clase de dolencias. Aún hoy Miguel recuerda a "l'avi" manejando un cajón donde se encontraban distribuidas las plantas medicinales. Gracias a la conocida cola de caballo, el abuelo lo hizo revivir de una infección.

Deseosa de conocer algo más de los antepasados de Miguel, me dirigí a los archivos, donde pude saber que en 1903, en la calle Buenaire, 5 (actualmente frente al escaparate de la juguetería Cardona) se encontraba una fábrica de calzado. Su propietario Miguel Orriols Isart, de Granollers, nacido en 1852, casado con Juana Izar Redeart, de 1859.Tenían 4 hijos, Alejandro de 22, Inés de 12, Conrado de 10 y Victoriano de 8. Con ellos vivían Sebastián Olives Verger, de 36, de profesión cortante y Clara Prats Roig, de 30.

Menorca, y en este caso Mahón, disponía de fábricas de calzado por doquier, hombres y mujeres distribuidos en toda clase de menesteres hasta llegar a lo que fue un adelanto, suplir los tacones de suela, por los aventajados de goma. Tal como hemos visto los nacidos después de la guerra, con la bisutería, encontrándose un taller en "una casa sí i s'altra també", lo mismo ocurrió con el calzado. De ahí que varios aventajados en la materia, entre ellos Conrado Orriols, se sumaran a la principal industria de la época, junto a los monederos de malla.

Debió ser tras el fallecimiento del patriarca, que se hizo cargo del negocio su hijo Conrado, pasando a vivir en los altos.

Al preguntarle a Miguel por sus recuerdos del taller, me explicó que fue meramente familiar, en la planta baja de su casa, ells vivien a sa cambra. Su padre adquirió varias máquinas en Barcelona, y éstas en realidad eran las que hacían el trabajo, tras vigilar constantemente que dispusieran del material que iba distribuyendo los talones de las medidas y según modelo de la plantilla. A buen seguro que su esposa le debió ayudar, pero su mano derecha fue Benito Cardona Orriols, hijo de la tía Inés, hermana de su padre. Entre sus clientes se encontraban, tres fabricantes muy importantes, Tortosa, Es Judihuet y León.

Pero mucho antes, sería el año 1929, la familia viajo a Bélgica, donde residía Alejandro, hermano mayor de Conrado, con su esposa he hijos, que por cierto allí falleció y donde continúan sus descendientes, que el pasado verano una vez más vinieron a pasar las vacaciones donde nació l'avi.

Prosiguió Miguel diciéndome que la aventura duró poco, el frío, la lejanía de la Isla, la mezcla de las tres lenguas, hicieron regresar de nuevo a Mahón a Conrado, Milagros y el pequeño Miquelet.

A buen seguro que éste debió ir a la escuela de infancia tal como se acostumbraba, aulas dirigidas por señoras muy pacientes que intentaban entretener a los chiquitines con juegos infantiles propios de la edad. Caballos de papel maché ahora tan valorados y que nuestros abuelos tanto jugaron con ellos.

El matrimonio junto a su hijo, a poco más aspiraba, trabajo, paseos por Baixamar, hasta que el fatídico 36 la guerra civil se interpuso. En su familia se encontraban dos contrapuntos. Por un lado el cabeza de familia, socialista y su cuñado de derechas de tota sa vida. Gracias a él pasaron la guerra en la finca de Santa Magdalena. Su propietario, el señor Fradera, íntimo de aquél, confió con gusto su predio a Orriols. El episodio de la finca predial, merece se le dediquen varios renglones. Miguel contaba 8 años, le encantaba jugar por el campo, correteando de un lugar a otro, siempre subido en lo alto de las paredes, acompañaba a "l'amo" a la hora de dirigirse en busca de las vacas, conduciéndolas a las boyeras o al pastoreo. Le gustaba observar en primera fila la hora del ordeño. Subirse en lo alto de la mula y hacer correr un reducido número de ovejas que se encontraban en la tanca contigua a la casa. Los cerdos y las gallinas no se escapaban de los chillidos y sus andanzas infantiles, eran los hijos de los payeses d'aquell rodol. El caso fue que muchos creyeron que Conrado Orriols, se había ausentado de España, residiendo en Francia.

Miguel recuerda a Situs y a su hermana que vivían en el predio de Sa Cova de Baix y a otros. Fueron sus padres los que decidieron le vendría bien el poner un profesor para su enseñanza. Se llamaba don José, maestro de la escuela de la calle de san Juan, acudiendo otros niños de aquel lugar.Finalizada la contienda, la familia se instaló en la calle de San Luis Gonzaga, 29, dándose la misma circunstancia que en la calle Buenaire, vivían en los altos mientras en los bajos su padre nuevamente intentó instalarse, al poder recuperar parte de la maquinaria. Miguel que contaba 12 años, repartía los pedidos de los fabricantes de calzado, con uno de aquellos carrets d'empenyer. Aquella situación no duró mucho, siendo solicitado por dos de los fabricantes de suelas de goma y alpargatas, Thomas y Codina, éste le propuso el puesto de encargado, el cual aceptó. La maquinaria de Codina Villalonga funcionaba con energía eléctrica. Un auténtico sufrimiento, los apagones eran constantes. Conrado, persona habilidosa se inventó la conducción de gas a base de tubos, dando un buen resultado. Debo suponer que algo diría Andreu, el de la Eléctrica se decantara por los llamados gasistas del señor Hernández.

Mientras tanto, Miguel iba volviéndose mayor, intercalando colegio y el fútbol tan en boga, la Explanada, punto de encuentro de chicos y mayores, donde acudía ilusionado en llegar a ser un Samitier, defendiendo los colores del Menorca, era el muchacho más feliz, a pesar de las regañinas y sermones de su madre, mientras le iba curando piernas, rodillas y codos. Y es que en la Explanada no había césped, pero sí mucha tierra y piedras. Miguel se entregaba en cuerpo y alma a su querido club, el Menorca, sin temor a los inconvenientes que conllevaba tanta entrega.
–––
margarita.caules@gmail.com