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Son las 10 de la mañana y los termómetros ya rozan los 30 grados. Agradezco el regreso del calor pero me desdigo al subir al coche y sentir el volante ardiendo. Me voy adaptando al bochorno mientras tomo la carretera general. Vía libre hasta llegar a Alaior. La radio emite la cuarta canción de La Oreja de Van Gogh y se me ponen los pelos de punta. Cambio de emisora e intento tranquilizarme hasta que me veo obligada a reducir la velocidad drásticamente, un coche de alquiler siempre es peligroso pero soy incapaz de predecir los movimientos del que circula delante de mí. Piso el freno mientras pienso en las ganas que tengo de que llegue septiembre y cada mochuelo vuelva a su olivo. Al dejar atrás Es Mercadal, la cosa se complica. La hilera de coches que se extiende frente a mí se asemeja a un ciempiés de mil colores que avanza lentamente. Me armo de paciencia mientras un guardia civil con gafas de aviador me da paso y el olor a asfalto recién echado me molesta en la nariz. Cerca de Ferreries la situación no mejora. Decenas de vehículos se amontonan resignados bajo un sol abrasador. Antes de llegar a Ciutadella pierdo la señal de la radio fórmula de turno. Tal vez sea mejor así. Aprieto el acelerador, ya llego tarde. La ciudad esta hirviendo y, cuando consigo aparcar, no puedo evitar sonreír al pensar que al conductor del anuncio de BMV tampoco le gustaría conducir en estas condiciones.