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La liga de fútbol está parada y el planeta continúa rodando. Los semidioses del pantalón corto se consolidan así como un sector tan sobradamente bien pagado como prescindible. Cuando los controladores llevaron a cabo la huelga de la ansiedad se les vilipendiaba por tierra, mar y aire por quejarse cuando sus sueldos eran astronómicos. Los peloteros cobran más y con menos responsabilidad, y apenas hay voces que les recriminen su decisión de no pisar el césped. Es lo que genera el borreguismo del fútbol. Para estos no hay palos porque luego nos entretienen y compramos sus cromos. Es una doble moral de nuevo cuño. Se puede criticar lo que le cuesta a la Iglesia la Jornada Mundial de la Juventud con el argumento de lo bien que le iría el dinero a los más necesitados, pero no se puede decir nada si un pilingui como Coentrao cuesta 30 millones de euros. La autoridad competente es condescendiente con las aglomeraciones y destrozos post-Champions, pero se ceba con los indignados del 15-M. El borreguismo futbolero se nos ha introducido en la sangre como si fuera una adormidera en lo referente a este circo de pijos malcriados donde el deporte es secundario. La movida barriobajera entre Barça y Real Madrid es lamentable, insufrible y alimentada por unos medios que por un lado llaman a la responsabilidad y por otro echan gasolina al fuego. Por mí, como si la huelga dura todo el año. Así leeremos más.