Llegó a los lindes de la ciudad cansada. Junto a las latas –y algún juguete roto- , quebrados, yacían los vítores ya imposibles de la fiesta en sus estertores. Una niña metida a mujer prematura deambulaba sin rumbo, con un zapato roto en las manos tiernas y delatoras de su juventud maquillada. Sacó su vieja cámara y sajó ese pedazo de su vida… Un feriante iniciaba el desguace, mientras otro se quejaba de la jodida crisis. Se sentó en un chiringuito. Pidió un perrito caliente y una cerveza. Una empleada se lo sirvió con la abulia de los quemados. En lo tardío de las noches, las ferias mudaban de clientela. Los niños cedían su turno a los perdedores; los padres a los desheredados; los triunfadores a los supervivientes… En la otra orilla del bar interino y nómada, primitivo y poético, divisó el cuerpo de ella. Discretamente captó su imagen… E hizo lo que hacía siempre: deducir lo que esa imagen le vomitaba subliminalmente: había llorado; mediana edad; bella, pero ajada a destiempo; con una tristeza sobrevenida llevada con dignidad; sola –probablemente-; vestida pobremente pero con gusto; rota; aferrada a un taburete y a un vaso de plástico como quien se aferra a un salvavidas; aterrorizada; paralizada por la necesidad, imperiosa, de no regresar a casa… Aún no… La noche –se dijo- tenía esas cosas…
¡Uf!
Los lindes
06/09/11 0:00
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