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Dice el aforismo que una imagen vale más que mil palabras, pero no está claro que mil y una palabras valgan más que una imagen.En cualquier caso, será interesante comprobar la segunda aseveración; es decir, si mil y una palabras son capaces de mejorar una imagen, aunque solo sea como recurso descriptivo.

Este ensayo sobre la dicotomía "palabra – imagen" no deja de ser un intento de reflexión en esta época en que la imagen domina a la palabra, especialmente la palabra escrita. Entiéndase este texto como un ensayo tendente a la alabanza de lo interno versus lo externo, a la interpretación de viejas imágenes fotográficas, inductoras de sensaciones y sentimientos anclados en el fondo de la memoria de quien escribe.

Vamos a ello.

La foto que ilustra este comentario evoca un tiempo en el que en Menorca hay un solo Instituto de Enseñanza Media, ese que ahora cumple 100 años de vida oficial. Un Instituto ubicado en el viejo convento franciscano del "Pla del Monestir", junto a la Casa de la Misericordia, conocida como "La casa" y próximo al lugar ventoso, y frío denominado "El polo".

En este Instituto, que los que tiramos a viejos (o "pre senectos" que diría Don Juan Hernández Mora) llamamos "S'Institut Vell", aparte de las aulas dedicadas a los cursos de Bachillerato, desde primero hasta séptimo (este último pasó a ser curso preuniversitario) había dos aulas dedicadas a lo que se llamó "curso preparatorio", una de ellas para niños y otra para niñas.

Viene todo esto a cuento del reciente fallecimiento de Doña María Mir Seguí, (viuda de Cerezo), hermana de Don Jaime Mir, catedrático de Matemáticas, y paradigma del maestro y forjador de futuros cerebros bien amueblados, junto con otros profesores y educadores de una época en la que la represalia ideológica nos premió con su magisterio.
La imagen que se pretende mejorar, a través de las mil y una palabras, fue tomada por el Sr. Francisco Seguí (el Sr. Paco Ramonell) que allá por los años cincuenta del siglo pasado, ejercía de portero y "campanero" del viejo instituto. Abriendo un paréntesis, es bueno recordar que Don Paco fue uno de los introductores del escultismo en Menorca, decidido propulsor de la educación física, fotógrafo y personaje entrañable, del que sería muy conveniente encontrar datos biográficos más precisos. Puede observarse la imperfección de la fotografía, impresionada, revelada y positivada por él mismo, imperfección atribuible a su avanzada edad y a la precariedad de los medios de que disponía. Sólo tres años antes (1.951) una foto de grupo de la clase preparatoria (sector niños) era mucho más perfecta, pero no hablemos de la foto de 1.951, si no de la del año 1.954.

Cabe suponer que quienes aparecen en la fotografía se reconocerán y que quienes no aparecen podrán imaginar otras escenas en las que coinciden los que aparecen con los que no. Todo esto viene como consecuencia de la duda de uno de los presentes, que no recordaba haber asistido dos años seguidos a "la preparatoria". El escribidor le recordó que si la imagen le había situado entre los alumnos del curso 1.953-1.954, era prueba fehaciente de que, a sus 8 años, ya constaba como "preparatorio" y que lo de su repetición era sólo a causa de su edad y de la proximidad de su domicilio al instituto (apenas cincuenta metros de la puerta de acceso y setenta del "polo").

Por si alguien se interesa, el escribidor (que no cronista) intentará nombrar los apellidos de todos cuantos rodean a Doña María Mir (viuda de Cerezo) sin concretar ni nombre ni segundo apellido, por eso de no equivocarse y dar pie a discusiones bizantinas, tan de moda últimamente. El orden será de izquierda a derecha, empezando por arriba y considerando cuatro filas, de las que en la primera figuran seis personas (Doña María incluida), en la segunda dos; en la tercera seis y en la cuarta, ocho.

Fila 1: Serra - Parpal - Doña María - Chamorro- Tejedor y Fortuny
Fila 2: Ortiz – (no recordado, se agradecerá información identificadora)
Fila 3: Ramiro – Olives – Riudavets – Mangado – Sans – Blanco.
Fila 4: Tudurí – Pons – Obrador (Bartolomé) – Poza – Obrador (Antonio) – Saura – Orfila y Gual.

El aula de los alumnos de preparatoria estaba situada en la primera planta, una vez pasadas las utilizadas por los alumnos de sexto y de tercero, justo donde se rezaba la preceptiva oración matutina y daba al interior del claustro del convento. El escribidor recuerda dos mapas "eléctricos" en los que utilizando un puntero con extremo metálico, al unir dos contactos sonaba una chicharra si se apuntaba correctamente la situación del accidente geográfico o la ciudad a cuyo nombre se había conectado un contacto o banana. Horroriza pensar en su aplicación actual, teniendo en cuenta toda la serie de reglamentos de seguridad al uso.

Cree el escribidor que vale la pena recordar una anécdota relacionada con el topónimo de la capital de la isla y que se cita sin ánimo de atizar brasas de ciertas polémicas todavía recurrentes. En aquel año de gracia de 1.953, los que ahora serían alumnos de segundo de no sé que (uno ya no sabe en qué plan se encuentra) debían escribir al dictado con una notable corrección, puesto que tres faltas de ortografía, o una sola si se trataba del verbo "haber", significaban un suspenso fulminante en el examen de ingreso al Bachillerato. El pobre alumno, proveniente de un "arrabal" de la ciudad, fue cariñosamente reprendido por Doña María por haber iniciado la escritura del "dictado", poniendo algo así como : "Maon, xx de octubre de 1.953". Obviamente, la corrección no era tanto por la falta de tilde en la "O", como por la omisión de una letra muda como es la "H". Este recuerdo fue el que motivó la respuesta del escribidor cuando cincuenta años más tarde, un encuestador radiofónico, en plena Arravaleta le preguntó su opinión respecto a las grafías "Mahón", "Mahó" o "Maó". La respuesta fue que encontraba a faltar "Maon".

Bien, hasta el punto y aparte del párrafo anterior, las palabras utilizadas (título incluido) han sido 1.001. Ha sido un ensayo poco trascendente pero interesante. Falta saber si han valido más mil y una palabras que una vieja imagen. El lector tiene la palabra.