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Hacer autostop es instructivo. Aprendes a tener paciencia y a conocer a gente muy diversa. Es como una especie de ruleta rusa que puede resultar emocionante aunque a veces roces la desesperación ante la tardanza en poder subirte a un coche.

Recuerdo como, a mediados de los setenta, me desesperé en medio de un enorme bosque noruego (los Beatles tienen una maravillosa canción que se refiere a su madera: "Norwegian wood") al cabo de casi tres horas de esperar el paso de un coche caritativo que recogiese mi cuerpo. Estaba en un cruce de caminos desértico y solitario en medio de la nada a donde había llegado sin saber cómo ni porqué. Pura aventura o simple inconsciencia juvenil. El inmenso silencio de un bosque puede ser atronador si te rodea, te engulle, y te separa de la civilización. Saber que sólo la nada existe en kilómetros a la redonda te empequeñece. Comenzaba ya a atardecer y empezaban a oírse aullidos de lobos. No es agradable que te pretendan como cena. Miedo real. Sentido de supervivencia (creo que fue allí, en ese preciso momento, cuando dejé de ser ecologista).

En eso, cuando la desesperanza ya hacía mella, apareció a lo lejos un coche destartalado que conducía un conductor con aspecto peculiar. ¡Salvado! pensé. Pero incluso así te asaltan las dudas: ¿subes o no? Gana la desesperación de saberte rendido al destino imaginado. Además era el resultado de mis rezos. Subes. Naturalmente que subes.
El coche lo conducía un viejo profesor universitario que se confesó ferviente admirador de Garibaldi (de la misma forma que nosotros tendemos a confundir y/o a atribuir semejanzas a todos los países escandinavos, ellos, los nórdicos, también tienden a agrupar a todos los latinos). Me contó la historia del político y militar italiano.

Aquella angustiosa espera en medio de aquel inmenso bosque noruego se había convertido, de repente, en una entretenida charla sobre la formación de varios países europeos. Fueron casi dos horas de conducción lenta y aprendizaje provechoso. Garibaldi nació en Niza (que pertenecía entonces al Reino del Piamonte) y fue uno de los principales artífices de la unidad italiana (o de la "reunificación" de Italia si prefijamos y recordamos la Roma de Augusto).

La lenta unidad de los respectivos países europeos fue la base inicial para poder poner los fundamentos de la unidad europea. Desde la Declaración de Schuman al acuerdo con el canciller alemán Konrad Adenauer, desde el Tratado de Ámsterdam al de Lisboa, desde el Mercado Común al Tratado de Maastricht, y desde el euro a la actual Unión Europea han sido casi 60 años de proceso unificador.

Esa unidad, que ahora ya se pretende total en su concepción política, fiscal y social, acaba de hecho con las mentalidades pseudo feudales que aún pudieran perdurar en ciertas lagunas europeas. Pero no en todas. No en España. Aquí vamos, como casi siempre, a la contra de la historia. Efectivamente aquí algunos, principalmente burgueses con distintos grados de ambición fenicia, siguen reclamando la particularidad por pura conveniencia. El nacionalismo no es sino una concepción feudal del territorio (que controla y anula los derechos de los habitantes que lo habitan).

Mientras todos los europeos desean unificarse para mejorar e igualar las condiciones de vida de sus ciudadanos en el mundo globalizado en que vivimos, aquí nos complacemos en reforzar esos feudos para mantener los privilegios de una casta particular y nunca del pueblo. Sólo en España se legaliza y se garantiza la desigualdad social de unos ciudadanos frente a sus vecinos. (! Cuánta razón tenía Fraga con lo de "Spain is different"). Mientras en Europa se intenta promover legislación común para todos es triste ver como aquí los responsables de esos gobiernos feudales, que se deben a su juramento de "cumplir y hacer cumplir" esas leyes nacionales, promueven y alientan la desobediencia localista y el desacato hacia los Tribunales estatales. Es patético ver como se rasgan las vestiduras hablando de su libertad cuando son ellos quienes coartan la de los demás.

En lugar de continuar haciendo autostop hacia el desacato y la antipatía que con tanto éxito cosechan deberían de reconducir su dirección hacia la sensatez y el sentido común (el de todos). "Norwegian wood" de los Beatles les ayudará a relajarse.