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En los guateques de los años setenta, aquella envolvente e inolvidable canción tenía la propiedad de encender el poderoso motor con que contaba nuestro equipo hormonal , creando en nuestros jóvenes cuerpecitos un estado fisiológico parecido a la ebullición que a su vez se traducía en un inaplazable deseo de dar los pasos necesarios en orden a arrimar el ascua a nuestra sardina (permítaseme la bucólica metáfora) No recuerdo haber reflexionado entonces sobre el significado de la letra de la canción ;las neuronas no estaban en aquellos felices días para consideraciones abstractas.

Ahora, cuando las neuronas ya no trabajan con tanto ahínco en el tema de la sardina (aunque nunca lo dejan del todo, maldita sea) el texto de la canción de Roberto Carlos cobra para mí un revelador significado. ¿Por qué está el gato triste y azul? Permítaseme de nuevo acudir a la metáfora, al fin y al cabo una herramienta socorrida y barata.

Imaginemos pues que el gato somos los contribuyentes. En este caso no lo duden, el gato está triste y azul por la sencilla aunque dolorosa razón de que se encuentra infestado de garrapatas. Y no una ni dos. Tiene el cuerpo completamente cubierto de parásitos hacinados en su martirizada anatomía. Pongamos algunos ejemplos de cómo se llega a tan penosa situación: un sujeto desea hacer una película sobre la que presumiblemente nadie albergará la más remota intención de adquirir una entrada con el fin de verla proyectada en una sala de cine. Supongamos que el ministerio de cultura concede graciosamente a dicho sujeto una subvención para que perpetre su ocurrencia y no frustre su creatividad. Ya lo tenemos: una garrapata se instala cómodamente en el gato. Desde luego no tengo nada en contra de que las personas desarrollen su creatividad. Muy al contrario, yo mismo gusto de hacerlo y disfruto creando. Opino empero que si uno se paga de su bolsillo las creaciones, éstas se ven adornadas con un plus de dignidad. Pero lamentablemente la subvención a películas más o menos prescindibles no constituye ni mucho menos el grueso del parasitismo; ocurre que en el mundo inagotable de las subvenciones, el tamaño de las garrapatas es muy variable, según se dediquen a grandes empresas de dudosa viabilidad, a construcción de aeropuertos de imposible amortización en ubicaciones ridículas, a ocurrencias más o menos arbitrarias pero siempre (curiosamente) onerosas, a cuñados en fase maniaca que intentan reinventar la rueda a costa del erario público, a amigos de la hija del dispensador de subsidios que se encuentran casualmente bien situados en la casilla de salida, a sindicatos de los que no somos afiliados, a partidos políticos de los que desconfiamos, a asociaciones empresariales de las que no formamos parte, a cerrar agujeros en empresas públicas gestionadas con incompetencia si no con delito y un interminable etcétera. Cada subvención injustificada (y el porcentaje de éstas puede que sea escalofriante) deja en la piel del animalito su garrapatita o su garrapatón, que chupará de su sangre sin piedad y sin descanso.

En gran garrapata se constituye también (por poner otro ejemplo) el director de caja de ahorros que pierde, no su dinero (¡que va!) sino el nuestro, y lo hace en cantidades industriales sin que nadie le exija que lo reponga de su patrimonio, sino bien al contrario se le premia con un sueldo de extraordinaria belleza por lo ceros a la derecha que contiene.

Sin ánimo de completar un listado exhaustivo (tarea extremadamente difícil dada la amplitud de la casuística ) mencionaré otro ejemplo de parasitismo no menos dañino para el gato aunque sí menos visible por ser poco espectacular. En cientos de oficinas (esparcidas estratégicamente por el territorio) en donde el personal vela por nuestros intereses a cambio de nuestro dinero (ayuntamientos, ministerios, cabildos, diputaciones, departamentos, secretarías, despachos y oficinas de todo tamaño y cariz) miles de aseados ciudadanos fichan a temprana hora para dirigirse de inmediato a atender asuntos verdaderamente relevantes para sus intereses como hacer la compra en el corte inglés, tomarse unas cañitas, llevar el coche a lavar o sencillamente trabajar en otro asuntillo complementario y vuelven luego a la oficina para (sin despeinarse apenas) tener tiempo de leer un poco la prensa antes de despedirse de los compañeros hasta el día siguiente. La razón de este comportamiento tan liberal se justifica al parecer en que, al estar las plantillas hinchadas artificialmente (hay que colocar también a fulanito), no hay documentos a trajinar para todos (en casos extremos no hay sillas para todos) y por otra parte resulta más económico para el sistema el escaqueo selectivo que el hacinamiento improductivo, ya que en el segundo caso se aumenta el gasto en tinta para hacer garabatos además de en la factura telefónica (el escaqueado en la calle telefonea desde su móvil). Afortunadamente la práctica del "me parece que voy a salir y luego vuelvo" se complementa con gran naturalidad con las bajas laborales ( la depresión y el dolor de espalda parecen por el momento ser las más populares), y de esta forma se organiza la colonia de manera más que razonable.

(El estado anímico de los otros compañeros, los que ni cogen bajas ni se piran de la oficina- que también los hay, yo conozco varios- debería ser objeto de apoyo psicológico, ya que siendo ellos mismos gatos parasitados tienen que cargar además en solitario con el grueso de las tareas. Expreso respetuosamente mi solidaridad con este colectivo doblemente castigado por la plaga)

Que el gato tenga siete vidas no está del todo documentado científicamente. Dado que el animal va mutando con rapidez de triste y azul a tieso y azul, aconsejaría a los que en este drama actúan como garrapatas que vayan buscando nuevos hábitats (o mejor nuevos hábitos, productivos esta vez). Su supervivencia peligra toda vez que el gato tiene toda la pinta de ir a palmarla en breve y de ésta manera el suministro de sangre quedará suspendido definitivamente.