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La renovación llama a las puertas del PSOE y Arturo Bagur les ha quitado el pestillo. El dinosaurio se va. Él mismo se definió así tras ganar con apuros las elecciones de 2008, cuando algunos de los votantes de aquel año no habían tenido conciencia de otro inquilino de la poltrona mahonesa. Entonces duró poco en la Plaça Constitució. El caramelo del Senado, al frente de una candidatura unitaria, era muy apetecible. Por un lado se abundaba en la táctica socialista de cambiar de conductor con el coche en marcha, y por otro Bagur dejaba la milicia local, la infantería, la dureza del contacto diario con la calle, para hacerse con un plácido escaño, con otra manera de hacer política, con otro ritmo y un mayor aporte de calidad de vida. Pese a ser un municipalista convencido y mostrar siempre buen talante con especial habilidad en las distancias cortas, el Consistorio llegó a cansarle. Lógico. Madrid ha sido una especie de tránsito, de paso intermedio hacia el adiós. Ahora, sin el combustible que aportan las bases para poder volar de nuevo a la capital, Arturo decide quedarse en casa. En la decisión ayuda, sin duda, el hecho de otear ya la jubilación. No obstante, esto no quita que haya dado un paso que debería servir de ejemplo. Nada de arrastrarse para exprimir una prolongada trayectoria (en mi modesta opinión nadie debería vivir tanto tiempo de la política) refrendada, eso sí, por su imbatibilidad en las urnas. Suerte, Arturo.