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El naturalista, que marida muy bien con el viajero, ha cumplido un año más con su cita anual de pasar unos días en el Parque Nacional de Doñana. Nunca lo había hecho en el mes de septiembre, pero este año hemos elegido precisamente este mes por querer disfrutar de uno de los momentos más bellos y esplendorosamente naturales de los montes españoles: la berrea de los ciervos.

La primera mañana que, aun sin haber amanecido, nos adentramos en Doñana, entrando como siempre hacemos por el acebuche, fuimos bordeando las lagunillas naturales, enclaves de la ornitofauna de Doñana a la vez que delicado equilibrio del resto de la biodiversidad que da fama al Parque Nacional, custodiadas estas lagunas de eneas, juncos, tojos, sauces y fresnos; más alejados del humedal los frondosos pinos piñoneros. Fue cuando pensé ¿cómo se puede trasladar a una narración escrita la embriagadora sensación de estar en un lugar tan sugestivo para quienes disfrutamos de la naturaleza como es Doñana?

Con las primeras luces de la amanecida, aspiramos profundamente el penetrante olor de las plantas aromáticas: cantueso, romero, lavanda, entremezclándose con el de otras plantas, imagino que puro placer para un botánicos, cuando el rocío que dejó la noche le da a Doñana aumentado el aroma a monte, como debieron olerlo las gentes del Neanderthal que un día llegaron procedentes de la oscuridad de la prehistoria a estos lugares. La soledad del lugar es de pronto interrumpida por un venado que sólo en esta época del año abandonará la espesura del monte que le protege para mostrarse como un guerrero desafiante en un calvero. Una plazuela arenosa, liberada de obstáculos, se detiene al galán desafiante, levanta la cabeza echando las poderosas cuernas hacia atrás y lanza su canto de amor y guerra. Es la berrea de los ciervos. Enseguida aparecen dos venados más, berreando como en una cacofonía, tan primitiva y misteriosa como la naturaleza misma.

Es el celo de los ciervos un mecanismo ancestral para llevar a cabo su selección natural de todos los años. Los reproductores más aptos para transmitir lo mejor de sus genes a su descendencia. La acumulación de testosterona les convierte a estos reyes del bosque en agresivos defensores de la prerrogativa, que la naturaleza da finalmente al más fuerte, que no es otra cosa que procrear con cuantas hembras haya podido reunir. Les puedo asegurar que una berrea en un lugar tan abundante en ciervos como Doñana, es un espectáculo que no tiene en nuestros montes nada que se le pueda comparar.

Tengo prisa en decirles que es, a mi entender, inexacto que cuando los ciervos están en su momento álgido de celo puedan en libertad atacar al humano que invada su territorio. Durante todos los días que he pasado en Doñana me he tropezado con muchos ciervos. He llegado a tenerlos a menos de cinco metros. Es más, una mañana uno que venía "cagandoleches" porque un poderoso "sultán" le había puesto los puntos sobre las íes, me pasó a menos de una cuarta del ombligo. Tienen más miedo ellos de mí, pensé, que yo de ellos. No obstante, un venado adulto estabulado en época de celo, al no tener huida, sí puede ser muy peligroso. Conozco de un caso de muerte de un hombre por el ataque de un ciervo en celo, que aquel tenía encerrado en un corral desde que se lo encontró en el monte de cervatillo.

Los días que he pasado en Doñana me han permitido, creo que finalmente con un resultado más que aceptable, practicar la imitación de la berrea de un ciervo (tengo amistad con la dueña de un coto de caza mayor que imita magistralmente la voz de un ciervo). Se lo digo en confianza que procuro practicar cuando estoy solo, porque María ya me ha dicho un par de veces que lo mío con los bichos empieza a ser preocupante. La última vez que me pilló en la habitación del hotel practicando la imitación de la berrea del ciervo me soltó: "creo muy seriamente que Doñana te está afectando". Tiene razón, Doñana es ya para mí una de las íntimas satisfacciones que la vida me regala desde hace más de diez años. Transitar solo por la inmensidad de un territorio que se extiende entre Huelva, Cádiz y Sevilla, es decir, por tres de las 8 provincias andaluzas, imposible de andarlo todo a no ser que no hagamos otra cosa que andar durante muchos días, es tener la seguridad de vivir sensaciones maravillosas. Les doy fe de ello.