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Voy a relatar una historia con la que, probablemente, más de un lector se sienta identificado. La mañana del miércoles pasado, me preparé para ir al trabajo. Me subí al coche, puse un cd y, con buen ritmillo, me dispuse a afrontar el día con todo el optimismo posible. Pero, qué le vamos a hacer, mi idea se fue al garete. En el tramo que une Es Castell con Maó, un vehículo, marca BMW, con dos individuos jóvenes (aunque pasando ya los treinta) se pega a dos palmos de mi turismo, dando acelerones y pasándoselo pipa con tan grandiosa acción. "Ya estamos. Era raro que no me hubiera encontrado con este 'colectivo' en una semana", pensaba yo mientras miraba por el espejo retrovisor y, en un intento por vengarme, disminuía la marcha hasta circular a 40 kilómetros/ hora. Aquello pareció divertir más todavía a los no tan chavales que, a punto de llegar a la rotonda de Abu Umar, me adelantaron por la derecha para acceder a Fort de l'Eau, por supuesto, dedicándome todo tipo de señales. En definitiva, estos individuos que se pegan a los maleteros del resto de conductores, que derrapan en las rotondas, que llevan la música reventando bafle, y por qué no, que van a un parque y dejan los restos de su merienda o botellón, que tiran los papeles al suelo, que quizá (aunque nunca sepamos por qué) creen estar por encima del resto de seres humanos (y los que no lo son), viven entre nosotros, con sus propias normas, y lo que es peor, el sistema lo permite. Porque ya lo dice el refrán: "Hace un día precioso, hasta que llega alguien y ...". Lo dejo a su elección.