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Para James Elkins, profesor de Historia, Teoría y Crítica del Arte en el Art Institute de Chicago, la crítica de arte vive una crisis a escala mundial, con una voz debilitada pero a la vez floreciente; aunque atrae a un número enorme de escritores y a menudo se enmarca en publicaciones de alta calidad y de distribución internacional masiva, su auge resulta imperceptible, extraño a los debates intelectuales contemporáneos: mientras los estudiosos de la historia del arte buscan sólo la crítica con gran información histórica y de entornos académicos, la que publican los periódicos está ahí como guía, pero nunca como fuente a citar. Por eso puede decirse que crítica de arte está moribunda, aunque esté en todas partes; es ignorada, y sin embargo tiene al mercado detrás: hay más crítica de la que nadie pueda leer; pero, al mismo tiempo, está prácticamente muerta: se produce en masa, y se ignora en masa; se practica más que nunca, y es ignorada casi por completo; su público lector se desconoce, su número no se ha calculado y es inquietantemente efímero; es producida por miles de personas en todo el mundo, pero carece de un terreno común. La crítica de arte es diáfana: es como un velo arrastrado por la brisa de las conversaciones culturales que nunca se asienta en ningún lugar; es omnipresente, y a veces muy rentable: pero paga su aparente popularidad teniendo a fantasmas por lectores; los críticos casi nunca saben quién lee su trabajo, mas allá de los galeristas que lo encargan y de los artistas sobre los que escriben: y a menudo ese público lector es fantasmal precisamente porque no existe. Una profesión fantasmagórica dirigida a fantasmas, pero a lo grande, con un lenguaje técnico legítimo cuando se busca una gran precisión, pero muchas veces incomprensible para el lector no iniciado.

Los críticos tendrían que escribir pensando en los no especialistas, pero no lo hacen; y como el don de la modestia, tan poco extendido, es algo que conviene practicar, a veces pongo a prueba mi capacidad de entender leyendo críticas de arte, alguna de las cuales voy a transcribir. Y así, con motivo de determinada exposición del artista israelí Nadav Weissman (Haifa, 1969), a quien el crítico calificaba como uno de los más perspicaces de los actuales polimorfos perversos, uno de esos artistas serios que se resisten ante la hegemonía avasalladora del nuevo paradigma de la frivolidad demencial, apareció en un medio escrito una crítica que a mi juicio no tiene desperdicio: "La suya es una propuesta que disfruta de una gran virtud: la de conservar el poder de la significación y de la elocuencia narrativa, justo cuando las prácticas artísticas, sujetas al modelo anoréxico y el falso glamour bulímico, se pavonean por las pasarelas de la mediocridad y de la asepsia… uno de esos artistas serios que se resisten ante la hegemonía avasalladora del nuevo paradigma de la frivolidad demencial frente al que, con exorbitante desfachatez y alevosía, abdican hornadas enteras de críticos y comisarios… su obra, basada en la articulación de poderosas ficciones a través de una sorprendente y enfática diversidad de medios, se inmiscuye de un modo muy personal en la interpretación y desmontaje de construcciones culturales derivadas de arduos procesos de negociación y espionaje entre los órdenes de la ideología, la política, la antropología y la cultura misma, la cual entona un llanto doloroso y desesperado de espesor antropólogo. Por ello, sin abandonar la complacencia retiniana y el buen hacer para el disfrute hedonistas (sic) del espectador más estéril, Weissman consigue ampliar los usos sociales del arte, convirtiéndolo así en una herramienta de indagación y comprensión del dilema contemporáneo, no importa si de signo posmoderno, poscolonial o sencillamente social y humano, que acaso importan más… su obra no ha de ser leída, de manera tan reduccionista, a partir de su denominación de origen, como sugieren algunos ensayos críticos anémicos atravesados por el exotismo de la diferencia. Por suerte para muchos, los afanes neoconquistadores y el trascendentalismo de ciertos proyectos que quieren cifrar su triunfo mediático en la escogencia de voces subalternas o periféricas respecto de los centros hegemónicos están cada vez más desacreditados en los ámbitos del pensamiento cultural de rigor. Existe una apertura a prácticas estéticas que no pertenecen al mainstream; sin embargo, lo más complejo en el orden del desdoblamiento de las jerarquías de prejuicios desfavorables es neutralizar las relaciones de poder que tales menesteres de recuperación suponen".
Tampoco son fáciles de entender otros s textos, como el que dice que en la creación plástica de los 80 se demanda un sentido sintético y complejo, "que rehúye las dicotomías en favor de una actitud transitiva y combinatoria, como también lo es de la aplicación dialéctica del impulso y la reflexión, de la procesualidad y virtualidad de la obra, de la versatilidad frente al pasado, de la actualización crítica del mecanismo manierista del desdoblamiento, de la superación de ese patético dilema crónico de la vanguardia entre lo analítico-formal y lo discursivo...". O aquel otro, entre muchos, que nos dice que "la carroña boudeleriana no lleva al apofatismo del horror, sino una urgencia por rendir testimonio de lo peor".

Pero hay más: con motivo de una exposición del artista asturiano Fran Meana, (Avilés, 1982) en una de Barcelona, pudimos leer, que no entender, que "lo aprendido no tiene ninguna aplicabilidad en la vida cotidiana y, en cambio, para subsistir, además de aportar un título inútil se ve en lo que haga con la necesidad imperativa de incidir. No se tenía que ser excesivamente lerdo para caer en la cuenta de ello sin salirse, no obstante, de aquella inflexión en su vida que fue la de, si no estudiar, cuando menos graduarse en Bellas Artes. Uno no adquiere esos laureles académicos sin que sus perfumes de cerca o de lejos no le conformen, aunque sea a la contra; que es lo que va a suceder". Y en la crítica a la exposición "Gustos, colecciones y cintas de video", celebrada en CA2M de Móstoles, leíamos esta joyita: "No es menos cierto que las prácticas artísticas que basan su diseño y estructura sobre vectores tecnológicos resultan, a ratos, auténticas trampas o gestos amanerados que se entregan -en tanto agentes pasivos- a la asepsia y a la voracidad bulímica misma del soporte. Quizás, en parte, esta sea una de las razones que alimenta la sospecha y el reparo a la hora de materializar grandes inversiones. En cualquier caso, las colecciones aquí reunidas, advierten de la cada vez más significativa estimación hacia las prácticas del vídeo en virtud de un paradigma de socialización estético. Ya no sólo estamos frente a una clara expansión y travestismo potencial respecto a los lenguajes del arte y de sus reinos morfológicos más ortodoxos, sino que, del mismo modo, asistimos a una ampliación de las epistemologías que lo explican y a una dilatación expansiva de las nociones de gusto y de aceptación".

¡Fascinante! Porque a pesar de mi afición y a pesar de mi interés comprendo que las lecturas que acabo de transcribir no me han servido para nada distinto a perder el tiempo, ni por supuesto me han acercado al objeto de la crítica, que era lo que se pretendía. Y a pesar de eso, tras su lectura, mi autoestima sigue en los mismos niveles que al comienzo de las mismas, porque pienso que lo leído no es crítica, es críptica, con lo sencillo que podría resultar hacer bien la primera: al grano, y con pocos adjetivos. Lo recordaba hace poco, con una serena definición, Antonio de Santiago en El Punto de las Artes: "un crítico sólo se forma con el tiempo. El criticón nace de la noche a la mañana. Se requiere capacidad de síntesis y discreción para juzgar con acierto. La crítica debe ser sin afectación, como la hacía Ramón Sáez, Diderot ya advierte sobre ese vicio. He cuidado mucho los adjetivos, no hay que regalarlos, porque entonces pierden valor". Y también el galerista Antonio Leyva: "Me interesa el sentido histórico de la crítica, que ubica, que analiza; lo otro, la elucubración, la novela ajena a lo que vemos, me aburre".
Cierro con Ramón Gómez de la Serna: al preguntarle cómo verían los críticos la obra de María Blanchard en la exposición "Los pintores íntegros", celebrada nada menos que en 1915 en Madrid, sentenciaba: "¿Cómo verán los críticos esta exposición? Los críticos de arte suelen ser ciegos, sordomudos y mancos. ¿Cómo la verá el publico? El publico verá más que los críticos, aunque el publico es tuerto. ¿Y los escogidos? Los mismos escogidos son o bizcos, o tienen algún estrabismo, por más que no usen lentes por coquetería...."