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Abrumados como estamos por los recortes, el alto nivel de tensión financiera -que ha superado los últimos meses el que se alcanzó hace tres años con la quiebra de Lehman Brothers y que para el común de los mortales se traduce en que las vamos a seguir pasando canutas- y los demoledores pronósticos sobre el futuro del mercado laboral -cinco millones de parados en el primer trimestre del año próximo- lo de Rota casi pasa desapercibido. La base gaditana albergará cuatro destructores antimisiles de la OTAN y se convertirá en punto de apoyo logístico y zona de tránsito para las tropas norteamericanas en Irak o Afganistán. Resulta paradójico que en una época en la que todo se ha dado la vuelta nadie aproveche para reivindicar la cultura de la paz y proponga que se revisen los gastos militares. El mantenimiento de órganos internacionales que esgrimen la vía diplomática para la resolución de conflictos en paralelo al despliegue de ejércitos nacionales e inversión armamentística es otra de las duplicidades que convendría revisar. Armarse para la paz, además de caro, no parece el camino más adecuado para atajar los conflictos bélicos, otra de las causas- convenientemente olvidada- de la pobreza y la injusticia.