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A los 15 tenía a todas las muchachas locas. No había morena, rubia ni pelirroja que se me resistiera. Piropo arriba, piropo abajo, todas caían en mi tela de araña del amor. Era una versión imberbe de Casanova, un Julio Iglesias de verbena, un Brad Pitt en potencia. Todas, no había ni una que se escapase, me decían aquello que suele aterrorizar a los hombretones hechos y derechos. 'Te quiero'. Llegado a este punto, antes de resultar pedante, matizaré que en realidad me susurraban cruelmente 'no, si en realidad yo también te quiero, pero como amigo'. En ese campo, el de las calabazas, era el puñetero rey, nadie me ganaba. Todas estaban loquísimas por mí, pero como amigas, que en una interpretación rápida viene a decir 'mira chato, me caes muy bien, me haces reír pero como novia, mejor que te busques a otra porque o eres feo o eres gordo o además de feo y gordo te canta el aliento'. Las niñas, a los 15 ya no quieren ser princesas y son tan crueles que la malvada madrastra de la Cenicienta parece Mary Poppins, a su lado.

El rechazo del sexo opuesto me curtió, me hizo más duro. Me enseñó que en la vida hay que estar preparado para lo peor y que en el tema del amor no hay que esperar ni una mínima concesión. Confesaré que la afición a escribir me surgió intentando cortejar a una morena que, sin entrar en nombres, me consta que frecuenta habitualmente este coto de ideas baratas. Dicen que el primer amor es maravilloso, supongo que alguien en algún lugar obvió en esa afirmación explicar que el primer desengaño es horroroso, que te piensas que el mundo se va acabar y que nunca más te vas a enamorar, hasta que giras la esquina y te encuentras un par de ojos azules acompañados de una sonrisa que contagia, que cura el hipo y, en fin, que te hace comportarte como un idiota. Y vuelta a empezar...

La verdad es que para el que escribe le resulta más productivo un desamor que un amor.

El escritor/poeta/tontainas ejercita mucho mejor cuando está triste, cuando cree que el mundo conspira contra él y que cada fin de semana tiene una princesa distinta con la que la pasión gana por goleada al cariño.

Pero a los 15 tuve una lección rematadamente importante, antes que aprender a querer o a desquerer, entendí que si te gusta una compañera de clase no compartas con ella el bollycao en el recreo porque únicamente te acabará queriendo como amigo. Y tú quedarás con cara de tonto, descompuesto, sin novia y encima con hambre.
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dgelabertpetrus@gmail.com