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Un poquito de por favor, dicen por ahí, y un mucho de seriedad habría que añadir tras la apertura del Centro Penitenciario de Menorca, que bien podría llamarse "La Penita", en honor al penal de La Mola y a la desazón que, como aquélla, causa en los menorquines. Que el gol ha sido de campeonato, cierto. Maó pasará a la historia de Instituciones Penitenciarias como el lugar donde menos oposición hubo a la construcción de unas instalaciones que siempre provocan rechazo. La docilidad es fruto de la perversión de la buena voluntad de unos, la proverbial calma –pachorra, la llaman en otros lares– menorquina, la complacencia de los diferentes equipos de gobierno y la reacción tardía de la oposición, a la que el cambio de centro de reinserción por cárcel le pilló desprevenida como a la mayoría. Que las dimensiones y, sobre todo, la ubicación son ina­decuadas para una isla con vocación refunfuñante pero turística, cierto. Que ya no hay vuelta atrás, más cierto todavía: No está el erario ni la situación de la población reclusa española, a la que le hemos garantizado unos derechos vía Carta Magna, para ir demoliendo centros penitenciarios así como así. Si cuando al centro se le empezó a llamar cárcel, con todas sus letras, sus detractores (e incluso sus partidarios) no fueron capaces de cuestionar el cambio de manera contundente, ni de expresar su, más o menos justa, oposición, ahora toca ser serios y apechugar con ella.