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En tu sueño metafórico estabais todos. En un concierto. En la platea. A la fuerza. Salvo los exiliados. El director, de pobladas cejas -comentaban los eruditos- había sido elegido legítimamente, aunque de manera un tanto torticera. Otros hablaban de su inexperiencia. Algunos exageraban la nota calificándolo directamente de inútil. Cuando los músicos arrancaron las primeras notas quedó patente que los adjetivos se habían quedado cortos… Los miembros de aquella orquesta igualaban en impericia a quien los comandaba. Hubo quien dijo que la cosa hubiera sido distinta si el director hubiera sabido rodearse de buenos profesionales… Mi vecino de la izquierda susurró que la elección de cada uno de ellos no había sido casual. Nadie le haría, así, sombra. Ningún mal violinista, ningún pésimo trompetista pondría en evidencia que el director desconocía la partitura (la iba cambiando a menudo), no conocía el oficio y, por ende, su orgullo le hacía ajeno al suplicio del respetable… Y las notas surgían de su batuta ante el progresivo deterioro del concierto y la paulatina indignación de la platea: una nota de rencor para que los asistentes enmudecieran; una violación al derecho a la vida; un quebrantamiento de una reconciliación ya asumida; una nefasta gestión de recursos; un despilfarro de melodías irreconocibles; unas letras irrisorias; un mantenerse en pie, aferrado a la batuta, mientras el programa se venía abajo…

- ¿Cómo concluyó tu sueño? –te pregunta Roig, divertido-.

- El concierto finalizó antes de lo previsto y el director se retiró, con la misma ineficacia, arrogancia y maldad. Esperabas que, en un último y único momento de decencia, se dirigiera al respetable para pedirle perdón… Fue, Roig, un sueño dentro de otro sueño. Murmuran, incluso, que se fue sin pagar, dejando el recibo del alquiler del teatro para quien viniese luego…

- ¿Y?

- Fue sustituido de inmediato, a la espera de inminentes aplausos o, más probable por merecido, abucheos… Sustituido por uno de sus músicos.

- ¿No eran también unos incompetentes?

- Efectivamente, Roig. Pero por intentar… Dicen que ahora la partitura será otra… Aunque el problema estriba en la orquesta y en su credibilidad por hacer de su oficio algo digno y decoroso…

- ¿No estarás siendo sectario?

- En absoluto. Porque me importa poco, ya, el color de las camisetas de los músicos... Sólo pretendo que, bajo ellas, esté un artista honesto y eficaz… Y que en la partitura no falten dos melodías inexcusables: el respeto a la vida en todos sus estadios y la radical ausencia de rencor hacia quienes no comulgan con el programa escogido…

- ¿Y?

- Que entonces la música olería a gloria, bajaría suavemente a la platea y nos mecería a todos, independientemente de nuestra ideología. La misma música que juguetearía por entre los pasillos buscando aquellas notas que nos unieran y no esas otras que nos separaran. La melodía que, con obstinación, recorrería el aforo en busca de acuerdos y pactos. El allegro que exigiría argumentos y no insultos. El estallido final de constatar que el patio de butacas es uno y único y en el que, desde la corbata o el tejano, estamos todos juntos, condenados a entendernos. No sería mal concierto ese…

- No fue, a la postre, tampoco, un mal sueño el tuyo…

Y os quedáis plácidamente traspuestos sobre el sofá, soñando, otra vez, en utopías, en orquestas formadas por músicos de camisetas de variados colores, pero unidos, sin embargo, por la eficacia, la tolerancia y, por qué no, la bondad… Cuando no por el bien de la platea en la que seguís estando todos…