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Cuando Jordi Pujol ocupaba la Jefatura del nacionalismo catalán, después del oscuro "affair" de Banca Catalana y mientras ocultaba sus reales intenciones desveladas ahora en su ancianidad (sólo los borrachos y los ancianos dicen lo que realmente piensan), se le concedió un Premio del Diario ABC que le nombró "Español del Año" (1986). ¡Bendita visión la de los madrileños!

Las dotes de actor del breve personaje impusieron y promocionaron con éxito la idea de que ayudaba a gobernar España. Después llegaron los tiempos en que incluso Aznar hablaba catalán en su intimidad. Todos se repartían el pastel. Todos estaban contentos.

Todos se engañaban.

Pero, paralelamente, el personaje breve fue montando todo el tinglado nacionalista que imponía y filtraba a la diversa sociedad catalana la idea de que sólo en ese nacionalismo estaba la salvación. Así, y con el "plácet" del PP y del PSOE, se contaminó a aquella sociedad, antes liberal, con la totalitaria inmersión lingüística como idea benefactora para crear país, con una cohesión social teledirigida y con un "diktat" de toda planificación que realzara el nacionalismo decimonónico. El romanticismo nostálgico de la aldea frente a la globalización.

Pero, para completar su acción opresora, al pujolismo le faltaba adentrarse/meterse en la vida diaria de los más jóvenes que, a pesar de las imposiciones que sufrían en la educación, seguían mostrando una cierta independencia de criterios y continuaban divirtiéndose en clave internacional. Y eso era insoportable para un nacionalismo al dente cuya idea es controlar todas y cada una de las actividades sociales de los ciudadanos a los que tutela.

La solución fue promocionar el amor a la manada a través del rock. Así surgió el rock en catalán que con algunas pocas excepciones (de las cuales por suerte tenemos una prueba en la isla) todo era poco más que pura basura. Con tal de que se interpretase música supuestamente "catalana" se subvencionaba cualquier bodrio. Se gastaron ingentes cantidades de dinero (que ahora hacen falta para hospitales) en promociones absurdas, los ayuntamientos tenían órdenes de contratar a los grupos si rendían pleitesía al dogma impuesto, se organizaron campañas publicitarias agobiantes, etc. En gran parte fue una época oscura para el "good old rock and roll" en Cataluña. Habían sustituido rebeldía (rock) por sumisión (nacionalismo). Un imposible.

La mayoría de los beneficiados por el maná nacionalista fueron agradecidos y se subieron al carro del independentismo. Algunos conciertos transpiraban radicalismo extremo y se convertían en auténticos mítines con banderas al viento y consignas políticas. Una orgía real donde, en algunos casos, se promocionaba el odio a todo lo que limitase con su parcela. El plan era perfecto: se inoculaba nacionalismo en las venas juveniles a través del rock.

Uno de los grupos más representativos de aquella época y uno de los más "soportados" por el dogma oficial fue "Sopa de cabra". Su cantante Gerard Quintana se convirtió en un representante genuino del nacionalismo más independentista.

Pero ha pasado el tiempo y ahora se ha desatado el drama. En un programa de televisión se ha sabido que quien siempre había sido una figura de referencia para el independentismo musical extremo de puertas a fuera (un negocio redondo), ¡hablaba castellano en su intimidad! ¡Se dirigía a su familia en la lengua enemiga! ¿Pero cómo? ¡Desolación, incredulidad, escándalo supremo! ¡Cuestión de Estado! (Incluso Pilar Rahola ha creído necesario e imprescindible pontificar y puntualizar este drama). No han tardado en estallar en Internet los adjetivos usuales: "Fascista", "Traidor" (a la causa), "Aprovechado", etc. etc. ¿Un ídolo caído?

El nacionalismo no soporta la libertad del individuo. Quien se atreve a derivar por otros caminos ajenos al dogma de la tribu es inmediatamente untado con todos los conocidos tópicos.

Pero pasa que los políticos que han ayudado a la formación de esos dogmas aldeanos no cumplen con los mismos. Artur Mas habla castellano en su casa, también lo hace "el pobret" Montilla (a quien se supone que sus hijos pretenden hablarle en alemán que es la lengua del colegio donde se educan), Durán y Lérida es de Huesca, Carod Pérez es aragonés y así sucesivamente.

Nunca me ha caído mal Gerard Quintana (por el simple hecho de tocar rock) pero ahora, que se sabe que también se considera Gerardo, me cae mejor, mucho mejor. Sabe usar su libertad. Sólo falta que la propague y que le dejen.
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Nota: La semana pasada no me refería a la CEOE sino, evidentemente, a CAEB-Menorca. Un lapsus.