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Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera. (…)

Nuestro recuerdo se refiere hoy al poeta más longevo de todos los miembros componentes de la Generación poética del 27.

Rafael Alberti (Puerto de Santa María-Cádiz- 1902-1999) nació junto al mar y, bajo su decisiva influencia, allí transcurrió su infancia y primera adolescencia. Sin embargo el traslado de toda la familia a Madrid en 1917 sería determinante para su futuro personal. Especialmente dotado para la pintura, sus primeros pasos le llevaron a seguir su inicial vocación de pintor. El descubrimiento del Museo del Prado fue un acicate para proseguir con su afición. Algunas de sus obras fueron expuestas en el Ateneo de Madrid. No obstante, recién iniciada su carrera artística, un hecho luctuoso: la muerte de su padre, iba a cambiar el rumbo de su trayectoria artística. Tal circunstancia le impulsó a escribir sus primeros versos. Nacía el poeta, cuya vocación ya no se detendría hasta el final de su vida. Afectado de tuberculosis, el obligado reposo en un sanatorio de la sierra de Guadarrama reafirmó definitivamente su nueva orientación artística. Allí comenzó a trabajar en lo que sería su primer poemario Marinero en tierra(1924) con el que obtendría el Premio Nacional de Literatura. Lejos de su Cádiz natal, la nostalgia de aquel mar de su infancia se convirtió en canción. Muy influido por los cancioneros musicales castellanos de los siglos XV y XVI, Alberti se integra en esa tradición literaria que se define por incorporar a la poesía culta la sencillez y la gracia de las canciones líricas populares. De la misma factura son sus libros La amante(1925) y El alba del alhelí(1926).

Al descubrimiento de la poesía siguió el encuentro con los poetas. En la Residencia de Estudiantes conoció a García Lorca, Salinas, Guillén, Aleixandre y otros jóvenes que constituyeron el más brillante grupo poético del siglo XX. Cautivados por el surrealismo entonces en boga, y profundos admiradores del maestro del barroco castellano Luis de Góngora, Alberti se sumó con entusiasmo a esa experiencia poética vanguardista y neobarroca culta. Así, Cal y canto(1927) rinde tributo a la moda gongorina y, a la vez, incluye poemas audazmente vanguardistas. Sin embargo, a su precaria salud se une una profunda crisis existencial y de fe, hecho que inspirará su siguiente poemario Sobre los ángeles(1929), en el que, a través de un lenguaje marcadamente surrealista, expresa algunos de los temas existenciales que más le angustian, como el olvido y la muerte. El poeta se ve como un huésped de las nieblas, sin luz para siempre. Expulsado de su Paraíso perdido, va errando por un mundo caótico y sin sentido, con el alma vacía y el cuerpo deshabitado. A su alrededor, esos extraños seres a los que llama ángeles simbolizan la crueldad, la tristeza, la desesperanza… La misma línea estilística se prolonga en otros libros que muestran su desolación. En este sentido es destacable su elegía cívica Con los zapatos puestos he de morir(1930) imbuida de una violencia revulsiva que preludia su siguiente etapa. Su ilusionada visión del mundo queda atrás y deja paso a un espíritu torturado que se interroga sobre su misión y lugar en la sociedad. En adelante, Alberti se propondrá sacudir la conciencia dormida de un país al borde de la Guerra Civil. Es la hora del compromiso político. Se afilia al Partido Comunista y apoya la llegada de la República. El estallido de la guerra en 1936 reforzó su compromiso con el pueblo. En 1931 inicia una línea de poesía social y civil, una poesía de urgencia, menos atenta a la calidad estética, una poesía militante y apasionada, recitada en los frentes de batalla. Fruto de este momento fueron El poeta en la calle(1936) y Entre el clavel y la espada(1939). Al terminar la guerra marchó con su mujer a un largo exilio, forzado por las circunstancias. Su primer destino fue París y, luego, sucesivamente, México, Buenos Aires y Roma. Su regreso a España no se produjo hasta 1977, en plena transición democrática. Y lo hizo sin ningún rencor:"Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta", dijo. La obra compuesta durante su largo exilio es muy amplia. Sigue con la poesía civil y reaparecen las formas tradicionales y clásicas, sin dejar de innovar en sus nuevas creaciones. Su añoranza de España es la que le inspira los más hondos sentimientos. Es el caso de Retornos de lo vivo lejano(1952) o, ya en Roma, Roma, peligro para caminantes(1968). Después de su regreso a España, su producción poética continuó con la misma intensidad, manteniendo muy viva su fuerza creadora hasta sus últimos años de vida. De entre su extensa producción destacamos Fustigada luz(1980) y Canciones de Altair(1988). La enorme vitalidad de este andaluz universal le permitió estar presente en múltiples recitales y conciertos en los que, acompañando a los cantautores que musicaron algunos de sus poemas, prestó su voz y conectó extraordinariamente con el gran público. Paco Ibáñez y Joan Manuel Serrat contribuyeron eficazmente a popularizar su poesía ( A galopar o Se equivocó la paloma podrían ser dos excelentes muestras de esta experiencia).

Autor, asimismo, de una muy interesante obra teatral y de una espléndida obra en prosa de la que es un buen ejemplo La arboleda perdida, su excelente libro de memorias iniciado en 1942 y culminado, en su tercera entrega, en 1996, su voz se apagó en su Cádiz natal y sus cenizas fueron esparcidas en su querido mar. Su análisis, en todo caso, ofrece materia sobrada para un próximo artículo.